¿La era de las comunicaciones o del aislamiento?

Hablar o utilizar el móvil. Rhina y Lorena conversan en un alto en su trabajo en Cavatina, se dedican a mirar sus wasap o a buscar en Google alguna opinión sobre el dolor de tobillo o el zumbido de un oído.

A mediados del siglo XV, cuando Gutemberg inventó la imprenta no faltarían los críticos hacia la nueva moda que más o menos opinarían con autoridad: “ahora todo el mundo va a dedicarse a leer la Biblia de 42 líneas y los libros acabarán con la comunicación entre las personas”. Cinco siglos más tarde se inició la verdadera Era de las Comunicaciones gracias a la red que abrió innumerables ventanas al mundo a través de asombrosos dispositivos.

En la cafetería vemos a una pareja, cada uno tecleando en sus móviles; en aquella otra mesa se ha reunido una familia y al menos cuatro personas, tres de ellos adolescentes, se comunican con otras personas a través de sus dispositivos.

Es como los niños cuando van creciendo: al tratarse de algo que vivimos cada día no somos capaces de evaluar lo que significa que esa niña que hace el Erasmus en Praga pueda ver a su madre y hablar con ella cuando le apetece o cuando tiene wifi y además gratis. O que pueda consultar cualquier duda, cómo se escribe, qué significa, sinónimos de una palabra. O que compre y pague un jersey de cuello alto rojo en menos de un minuto desde su móvil y lo reciba en su casa al día siguiente.

Y luego están las redes, Twitter, Instagram, Whatssapp…Hay adolescentes que viven en dos mundos paralelos, el real y el de sus pantallitas donde seguramente reúnan a mucha más gente con la que ríen, aprenden o simplemente pasan el rato.

Ni Gutemberg acabó con las conversaciones de la personas, ni tampoco lo hicieron otros de nuestros juguetes como aquellas torres con los equipos de música y ahora las pantallas, esas ventanitas de un patio de vecinos que es el planeta, que nos permiten saber de verdad si el aleteo de una mariposa en Ciudad Real crea un tornado en Texas o escuchar una y mil veces el último bolero de C. Tangana que acaba de lanzarse hace unas pocas horas. Los ejemplos serían innumerables pero ni el orfebre alemán ni nuestros nuevos juguetes con pantallitas acabaran con los cotilleos de mi querida vecina, ni con los de esos programas que se llaman Sálvame y en vez de salvarse se tiran a degüello: palabras, palabras, imágenes circulando por el planeta y por el wifi de nuestro Universo Local.

elObservadorDCLM