El hueco de la tarta y el barco de nueva planta

Cuando la ciudadanía está harta de todo aparecen por el horizonte los barcos epistemológicos de nueva planta. Llegan cuando tienen que llegar, oportunamente. Se presentan como si en sus velas portaran de un aire nuevo, un revulsivo ajeno y superador de ese todo del que está harta la gente. En consecuencia, muchos confían en ellos hasta que, una vez anclados en el sistema (que al parecer es la obcecada realidad) demuestran ser más de lo mismo, con estrategias y singularidades muy similares a las que nos mostraron en escena los antiguos actores. Lo nuevo por conocer era muy parecido a lo viejo conocido.

Sería interesante, desde un punto de vista sociológico y moral, conocer el mecanismo del que hemos dotado a este bucle en el que estamos metidos. Los aparatos trabajan para que los líderes de los diferentes partidos políticos se ataquen cada día, casi cada minuto, de la forma más perniciosa posible y deben dedicar más tiempo y esfuerzo a esa confrontación permanente que a la tarea supuestamente encomendada, en el caso de que a estas alturas sepamos cuál era esa tarea. 

Igual que ya sucedió tantas veces en la historia de la cultura, debería la clase política descubrir lo que es capaz de conseguir el ser humano cuando unifica esfuerzos diversos para crear. Entonces sí aparecen edificios sólidos de nueva planta que pueden mejorar la vida de las personas y de los países donde vivimos.

Nos centramos ahora en la idea del líder. Salvo que haya nacido con el don, con el genio y la energía suficiente para conseguir extender su carisma de forma natural por encima incluso de la artillería que cada día le lanzan los oponentes en la contienda, normalmente estará condenado a perderse en el fracaso. Será antes o después, por méritos ajenos o propios. Si siempre se trata de destruir al contrario, al margen de sus cualidades, pasará inadvertida la idea de que un líder verdadero necesita de la fuerza que le dan otras personas, miles, millones de personas, una confianza mutua que también es precisa para aunar esfuerzos en el objetivo común. 

La contienda permanente está ya tan arraigada que cualquier alternativa nos parecerá ingenua. Pero sigamos soñando un poco y para avanzar habría que establecer algunas reglas concretas:

La corrupción política y todo lo que conlleva debe desaparecer radicalmente. Y no deben ser los políticos los encargados de controlarla, ni de utilizarla. Deben establecerse todos los mecanismos posibles extra-políticos para conocer, divulgar y corregir a través de la justicia cualquier desviación. La tarea de los políticos será así demostrar cada día que son capaces de mejorar las cosas, de crear mejores equipos, de conseguir con placer el apoyo de los otros para sumar inteligencias en vez de tratar de destruirse y destruir su trabajo cada minuto. Parece algo maléfica esa realidad constatada de que cuanto peor le vaya a un país con un gobierno, toda la oposición lo celebrará y que si le va bien, los partidos que no gobiernan tratarán de poner piedras en el camino y de explicar a la ciudadanía que se trata de un espejismo.

La segunda regla sería que los ciudadanos aprecien y voten a un partido y a sus líderes por su capacidad para mejorar la situación utilizando su preparación y su inteligencia, cada uno dentro de su ideología. Valorar la capacidad de trabajar para la mayoría, en vez de la habilidad para destruir al contrario.

No es probable que se produzca un cambio en este sentido. A veces se habla de consenso en cuestiones de Estado pero al final las estrategias diversas arrasan con todo.

Cuando se demuestra que los nuevos juegan en el mismo tablero llega otra vez el desencanto y esto sucederá hasta que todos los espacios posibles estén ocupados por antiguos y nuevos partidos y entonces debamos recurrir a los extraterrestres.

Para que de verdad arribe a nuestros puertos un barco de nueva planta debemos realizar un cambio de escenario, no sea que los extraterrestres no se presenten o que también resulten ser luego muy parecidos a los terrestres. Y que en vez de construir también destruyan.

elObservadorDCLM