Cultura taurina: 2000 años de toros (II)

En Roma y sus provincias se combinaban la Tauromaquia con la Venationes. Las primeras con toros. Las ultimas con diversos animales salvajes, fundamentalmente con jabalíes y venados. La Tauromaquia romana ya usaba peones auxiliadores que utilizaban espadas, picas y a veces escudo.

Los triunfadores en las arenas romanas recibían coronas y los poetas cantaban sus hazañas o escribían sus elegías funerarias. Sabinus se llamó el primer torero romano famoso del que se tiene noticia escrita por haber muerto en las astas de un toro.

Los romanos ya utilizaban carteles anunciadores, entradas, acomodadores y hasta equipo médico especializado. También existían escuelas para toreros, similares a las que servían de entrenamiento para los gladiadores.

El nacimiento de la corrida de hoy hay que asociarlo con los juegos en Grecia y los anfiteatros romanos. Allí está su auténtico origen. También señalaron los romanos las bases arquitectónicas a la hora de construir cosos como el de Mérida, y por otro, circos, como los de Tarragona, Barcelona, Calahorra, Sagunto y Toledo. Los anfiteatros eran más aptos para las luchas de fieras y espectáculos con toros bravos. El anfiteatro de Itálica era el mayor, ovalado, con eje máximo de 150 metros y capaz para 20.000 espectadores.

La roja tela, la púrpura fenicia agitada por los viejos íberos romanizados y por sus descendientes, en un circo de arena, rodeados de una masa hirviente de espectadores, pudo tener en Hispania un fermento autóctono capaz de explicar su persistencia aquí y su desaparición en otras partes. Es verosímil que creciera el aprecio ante la destreza y habilidad, la gracia ante el peligro. Esto es la esencia de la corrida, entonces y ahora.

En el reinado de Trajano, primer emperador español, y los de Adriano y Marco Aurelio, que llevaban sangre andaluza, se sabe que fueron personajes favorables a la tauromaquia. Del emperador Constantino, proclamado como tal el año 312 después de Cristo, se sabe que prohibió los sacrificios y cultos impíos, así como la lucha de gladiadores, pero permitió los juegos de toros.

Con la caída del Imperio no volvieron a construirse en Europa coliseos  o cosos para esta clase de espectáculos. En las arenas de los que se mantuvieron en pie por los años de los años, creció la hierba. Nadie volvió a utilizarlos.

Milagro parece que los toros reaparezcan tras el largo silencio impuesto por los bárbaros del Norte a quienes no les gustaba, de forma alguna, el toreo. Un rey godo, Sisebuto, reprenderá al obispo de Barcelona por su afición. Los godos y visigodos, los vándalos y los alanos se entretienen con asesinatos y maldades. Los toros pasan a mejor vida.

Documentos antiguos que tratan de estos asuntos, nos dicen que Rodrigo Díaz de Vivar, más conocido como el Cid Campeador, en la primera mitad del siglo XI, ya dio muerte a dos toros desde su caballo, con su poderosa lanza, siendo la envidia de sus contrarios y la admiración del rey castellano Fernando I.

La fama del Cid hizo que cundiera más y más la afición entre los caballeros y la competencia entre árabes y castellanos, llegando estos a tener verdadero delirio por estas prácticas en las que alcanzaron gran destreza.

Así pasaron los años hasta llegar a la llamada época caballeresca, durante la cual salían los hombres a la plaza ricamente armados, llevando en los escudos lemas dedicados al amor de su dama. El caballero debía ser digno de ella y esto hacía que el valor se derrochara en la diversión de matar toros con lanza.

Ocurría que alguna vez era cogido por el toro uno de los pajes de a pie, o que el caballero perdiera en la lidia su lanza. Entonces el honor exigía terminar con el toro con la espada y pie a tierra, es decir, sin la salvaguarda del caballo protector. El caballero esperaba al toro, o iba hacia él, y le asestaba espadazos hasta matarlo.

Ángel Alcalde