El cielo correcto de Cuerda

Aunque parezca un saco sin fondo, el surrealismo ha tenido también sus crisis y sus torpes imitadores. Octavio Paz prefería lo real maravilloso a la ortopedia de quienes se empeñaban en mostrarnos a burros devorados por higos cuando bastaba abstraerse, mirar alrededor y descubrir que la vida cotidiana esconde, entre su aparente normalidad, muchos hechos asombrosos. Basta con desenfocar un poco, atreverse a disparar al sol, mezclar elegancia con osadía para expresar una realidad distinta, imposible, irracional si se quiere, pero al mismo tiempo cercana y llena de ternura. Algunos artistas han logrado mostrar esa autenticidad de lo extravagante sin caer en la rutina del absurdo o en la impostura del desatino. Uno de ellos fue José Luis Cuerda que partía con la enorme ventaja de haber vivido y sentido de cerca la vida real de pueblos de la Sierra del Segura como Ayna, Liétor y Molinicos. Fue uno de esos artistas sinceros, capaces de mostrar mucho mejor el sentimiento de realidad situándola entre lo imposible y lo inverosímil, sin cruzar la frontera de lo absurdo. Traspasar la línea del horizonte con la sabiduría de no superar el límite donde una guillotina te corta la cabeza. Si hay una palabra, un sentimiento que defina gran parte de “Amanece que no es poco” es la ternura en escenas como la del campesino que se acerca a Garcinuño, el anciano de pelo blanco y largas barbas amante de Góngora, que crece en un bancal pero no termina de germinar: “Contigo, Garcinuño, no se sabe qué hacer, lo mismo da que se te riegue que se te abone. Te da por no brotar y no brotas”. 

Toda la película está plagada de un amor en las antípodas de lo tópico y lo vulgar, precisamente por eso va entrando en nuestros corazones, destilando sabias sonrisas. El sol, explicaba el cabo Gutiérrez sale por allí, entre aquellos dos montes, el Mortero de Pertusa y el Ituero. Poco después se refleja en el río Córcoles y, al mismo tiempo que brillan las aguas del río, se doran las copas de los álamos de la orilla. Al rato, la línea del sol empieza a trepar por estas laderas y esto que parece una película en blanco y negro, empieza a coger los colores de las flores y se vuelve todo en tecnicolor”.

Son las siete y cuarto y no se produce el milagro anunciado por el cabo: “yo diría que en este tiempo amanece a las siete”. 

Al menos amanece, aunque el sol salga por el lado equivocado: “Mire padre, dice Teodoro, que nos está amaneciendo por el sentido contrario". El cabo, enfurecido se levanta, saca su revolver de la cartuchera y apunta al sol que sale por poniente: “¡Ya no aguanto este sindiós!”. Dispara.

Jose Luis Cuerda, un ser tan terriblemente cuerdo y amable que seguramente se encuentre en el cielo correcto.

elObservadorDCLM