2000 años de toros. Grandes figuras del toreo

Joselito cuenta sus triunfos por actuaciones y, sabiéndose el rey de la época, buscó rivalidad con Bombita, que había sido su constante obsesión. Los seguidores de Bombita aceptaron el reto, pero la juventud y conocimientos de Joselito acabaron proclamándolo vencedor de la contienda y Bombita, un tanto aburrido, se despidió en Madrid poco tiempo después.

Pero otra competencia aparecía ya en el ambiente y llegó a ser la más famosa pareja de la historia taurina: Joselito y Belmonte. Los partidarios de Bombita habían negado el pan y la sal a Joselito y cuando apareció Belmonte sus partidarios se agruparon en torno a él. Los dos ofrecieron tardes memorables abrochadas por una gran pasión que de una y otra afición brotaba siempre en los tendidos.

El 16 de mayo de 1920 Joselito hace el paseíllo en Talavera de la Reina. Los toros eran de la viuda de Ortega. La corrida transcurría sin grandes acontecimientos hasta que en el cuarto de la tarde, Joselito, en compañía de Ignacio Sánchez Mejías, cubrieron un munífica tercio de banderillas. En el quinto toro, de nombre Bailador, pequeño y bronco, le levantó del suelo por la pierna izquierda. Pero el cuerpo en el aire cayó sobre el otro pitón y toda el asta se hundió en el vientre del torero. Joselito entro muerto en la enfermería. Ese día se perpetuó en la historia.

Bajito, feo y desgarbado no son, ciertamente, las mejores armas para triunfar en el toreo. Pero Juan Belmonte, además, era un revolucionario y lo hizo con un arte de siglos, posiblemente porque conocía sus limitaciones físicas y se olvidó de su frágil cuerpo para torear con el alma. Su prodigiosa cabeza dominó siempre a un animal nacido para el duelo.

No se sabe si ganó la pelea a Joselito, pero muerto éste, Juan se quedó con el trono. Pero tanta soledad le abrumaba, de tal forma que hubo de retirarse poco tiempo después.

Pero aquel extraño hombre forjado para el toro en las noches de luna llena en los campos andaluces, que nació en Sevilla, en el barrio de Triana, el 14 de abril de 1892, volvió a reaparecer en la localidad francesa de Nimes. La rudimentaria cámara de cine, aunque no le hizo justicia, nos dejó aquellas imágenes para la historia.

Se retiró a su finca, donde alternaba las tareas de tienta con sus lecturas y sus paseos a caballo a campo abierto.

Un buen día sus facultades no le permitieron montar solo. No aceptó la ayuda del mayoral. Volvió por sus propios pasos hasta llegar nuevamente al pequeño estudio, escribió la última carta a su gran amor, encendió su último cigarro puro y, con el sabor del humo en la boca, se disparó con su pequeño revolver. Tenía 69 años.

Ángel Alcalde