Plaza de de Toros de Talavera de la Reina. Donde Joselito entró en la historia

Desde el 16 de mayo de 1920, Talavera de la Reina no es conocida solamente por su famosa cerámica, cuyo inicio se remonta al siglo XII, ni por la batalla de las tropas anglo-españolas sobre las francesas durante la guerra de la independencia en julio de 1809, en la que hubo más de 14000 muertos, ni por su famosa feria de ganados: Talavera de la Reina pasó a la memoria de todo español el 16 de mayo de 1920 cuando un toro pequeño y burriciego, Bailaor, segó la vida del rey de los toreros, Joselito.

Las 8000 gargantas que ocupaban los tendidos aquella tarde se fundieron en un grito de espanto cuando José Gómez Ortega, Joselito se alejó del toro pensando que debía dejarlo refrescar y aprovechar, de paso, para arreglar su muleta un tanto maltrecha por los avatares de la lidia. Al ser el toro burriciego, es decir que no veía de cerca, al distanciarse el torero entró en la zona en la que el toro percibía los objetos y se le arranco con tal violencia que lo lanzó al aire, volvió a recogerlo en el suelo y lo volvió a lanzar, pero esta vez, al caer, lo hizo sobre el pitón en el momento justo en que tiraba el derrote. Todo el cuerno se hundió en el vientre del matador. La cornada era mortal de necesidad.

Joselito debió entrar muerto en a enfermería, pues sus fieles Parrita Blanquet se afanaron en recoger sus últimas palabras sin resultado positivo. El médico de Talavera solo pudo certificar su muerte. La conmoción en España entera fue enorme. Su cadáver se veló esa noche en la enfermería de la plaza y al día siguiente se le condujo a Madrid, a su casa de la calle Arrieta, en donde estuvo expuesto al público. Su entierro revistió caracteres de acontecimiento nacional.

Curiosamente Joselito no estaba en la terna inicial de aquella tarde talaverana, que estaba compuesta por Rafael El Gallo, Sánchez Mejías y Larita. Fue el propio Joselito el que se ofreció a torearla, pues según sus palabras: “me ilusiona torear en Talavera que es una plaza que inauguró mi padre. El 15 toreó en Madrid y su actuación dejó mucho que desear, tanto que fue despedido con almohadillas.

Los toros de Talavera eran de la viuda de Ortega, ganadería de reconocida casta. Transcurría la tarde como una de tantas. Ignacio y Joselito banderillearon juntos y calentaron el ambiente. En este tercio, en el toro corrido en cuarto lugar, escucharía Joselito la última ovación de su vida. El quinto, Bailaor, era pequeño, burriciego pero bronco y con poder. Joselito vio el peligro y le ordenó a su hermano Fernando (banderillero de su cuadrilla) que se tapara, pues andaba Fernando un poco escaso de agilidad…

También tuvo Joselito críticos ilustres, como Félix Borrel que el 1913, cuando Joselito ya tenía la hegemonía del toreo, le escribió la siguiente carta abierta: “Le quiero a usted lo bastante como para no aconsejarle que renuncie al género de toreo que unos aprecian como alegre y otros menosprecian por bufo. Eso sería tanto como echarle a usted a las fieras y desearle un futuro de pobreza. Pero debe pensar que no solo de pan vive el torero. ¿Le costaría mucho trabajo contentar a los de la cáscara amarga, a los de la acera de enfrente, dedicándonos dos o tres faenas al año, de las que empiezan con naturalidad y median con sencillez y en las que, para finalizarlas, omitiera usted la acostumbrada zambullida y el consabido ataque con la mano en la oreja…? Con esta oración devotamente rezada, me despido de usted en aptitud expectante, dirigiendo también mis preces al Altísimo para que me dé ocasión de gritarle a diario: ¡Viva lo bueno y lo verdadero! Pero ya lo sabe usted, monas no…”

Ángel Alcalde