8 DE MARZO: Castellano-manchegas que hicieron historia. Catalina Cardona (Casas de Benitez - Cuenca)

Catalina de Cardona, nació en 1519 y era hija de un catalán que en aquel tiempo ejercía como virrey de Nápoles. Cuentan que era hija ilegítima y esa fue la razón por la que su padre la ingresó en un convento.

A los 13 años fue prometida en matrimonio y solo salió del convento con este objetivo. Quedó viuda siendo aún muy joven por lo que decidió volver a su vida monacal hasta que una prima suya, que era princesa de Salerno, le pidió que la acompañara a la corte, que en aquel entonces estaba en Valladolid y se convirtió en la nodriza del príncipe de Asturias, Carlos de Austria, hijo de Felipe II.

Al fallecer su prima, dejó encomendado los cuidados de Catalina a los príncipes de Éboli, en Pastrana. Allí conoció al sacerdote de la ermita de la Vera Cruz de Alcalá de Henares, a quien relató su intención de huir de palacio para convertirse en eremita y dedicarse a la penitencia y la contemplación. Éste, con ayuda de otro clérigo manchego, la ayudó a huir, hasta un paraje en el término municipal de La Roda, según cuentan, «vestida con hábito de hombre» dónde quedó únicamente con tres panes por provisión.

Una vez acabada la comida, Catalina siguió alimentándose de las hierbas que encontraba en el monte, y así fue durante cuatro años, hasta que fue descubierta por un pastor, que posteriormente le estuvo llevando pan cada tres días.

Santa Teresa de Jesús llegó a tener conocimiento de la existencia de Catalina, e incluso la citó con frecuencia en sus textos, donde hablaba de su dedicación y penitencia.

Catalina enfermó de gravedad, y la propia Santa Teresa fue quien lo puso en conocimiento de los príncipes de Éboli, quienes una vez más la recogieron en su palacio de Pastrana. Al llegar, la princesa le presentó a las monjas descalzas; pero Catalina prefirió quedarse en el palacio de los príncipes, y exigió que le diesen de nuevo el hábito de fraile.

Así vestida comenzó a moverse para conseguir una fundación de frailes descalzos en su ermita de La Roda, emprendiendo una extraña peregrinación para recaudar limosnas entre la nobleza.

Cuentan que al ir precedida de tanta fama, provocó revuelos  especialmente en Madrid, cuyas calles recorría en coche, echando bendiciones como un fraile. Así consiguió fondos con los que llegó a La Roda acompañada de varios frailes y la intención de construir su convento.

La construcción, mal dirigida por uno de los frailes,  ocasionó enormes gastos, con pasadizos que se hundían continuamente, uno especialmente pensado para unir su cueva de residencia con el convento. Obras y reformas llegaron a consumir todo lo recaudado.

Poco después falleció siendo enterrada en la capilla de la Virgen María de Carmen del convento, en Casas de Benítez. Su tumba fue objeto de peregrinajes, atribuyéndose milagros y curaciones. La cueva, aún hoy visible, mantiene los restos del convento de Carmelitas Descalzas, del siglo XVI, que aparece mencionado en el libro Las Fundaciones escrito por Santa Teresa de Jesús.

P. Moratilla