Yo sobreviví al Covid-19

Mientras doy paseos en la terraza, en una suerte de imitación del hámster que da vueltas en la noria, recuerdo que soy un superviviente del coronavirus. Cuestión poco meritoria, puesto que somos millones, sino fuera porque lo he hecho por mis propios medios ya que el sistema sanitario destrozado por el PP era incapaz de absorber la demanda de pacientes.

El Covid-19 llegó a mí como la primavera, con síntomas de alergia, y alborozado le abrí las puertas de mi cuerpo de par en par. Total, pensé, serán unos días de picores en los ojos, moqueo incesante y estornudos repetitivos hasta casi rozar el orgasmo… ¿Cómo renunciar a tan placentera experiencia anual? El hideputa me debió pillar con las defensas bajas o con la testosterona a rebosar y cuando me di cuenta todo eran escalofríos y estado febril. Y pensé para mis adentros ¡joder, como viene de guarro el polen este año!  

Así, débil, despistado y predispuesto a ser infectado, como en una jornada de puertas abiertas, el virus se extendió como la corrupción en el PP y por la noche rozaba los cuarenta de fiebre. Lástima no ser inmune como los votantes del PP. En algún instante de lucidez pensé que era gripe, que venía puñetera y que debía aguantar el envite aferrado a la caja de paracetamol. Pensar que tenía el coronavirus era poner en riesgo a toda la familia y, para colmo, mi compañera acababa de salir de una operación.

Al tercer día de fiebres altas decidimos llamar al médico de cabecera, quien, obviamente sin analítica y por teléfono, fue incapaz de confirmar si tenía o no el bicho, y me recomendó abusar del paracetamol si era necesario y no acercarme por el hospital salvo que tuviera problemas respiratorios. Así, me armé de paciencia, de paracetamol, siguiendo la recomendación del médico, y de yogur batido de coco y piña. Quizá os sorprenda la elección de sabores. En mi disculpa diré que el virus se ha llevado por delante mi paladar, ahora empiezo a recuperarlo, y que soy de la generación a la que los dulces de coco le parecen una delicatesen. Os advierto que soy capaz de echarle piña a la pizza por prescripción de mi otorrino, para combatir el Síndrome de Meniere que padezco desde hace años (piña a todas horas).

En pleno estado febril escribí mentalmente el mejor de mis poemas, sobre abrazar árboles; pensé en pasarlo a papel cuando estuviera recuperado pero lo he olvidado. Como olvidé las estrofas de la canción de los abrazos y los besos que compuse, los personajes y bocadillos de las viñetas que dibujé, los capítulos que escribí de los tres libros que tengo a medias… y los artículos, muchos artículos, denunciando que Cospedal y Echaniz dejaron nuestra sanidad hecha unos zorros… Al sexto día la fiebre comenzó a bajar e incorporé jamón cocido a la dieta, me regalé placeres extra con postres de natillas con galleta y zumo de uva y piña. Si, lo sé, la piña está muy presente en mi vida.

Tenía como horizonte de supervivencia el octavo día. La casuística insistía que sobre esa fecha se producía la crisis respiratoria y yo esperaba cruzar ese Rubicón. Según había leído, nuestras defensas reaccionaban al virus multiplicándose exageradamente para matarlo, lo que finalizaba en crisis respiratoria y en ocasiones en la muerte del huésped. Nuestro propio organismo se inmolaba para defenderse del coronavirus, en una suerte de ¡para machote yo, hijoputa, que prefiero matarme antes de que me mates!

Afortunadamente mis defensas son anarquistas y vagas. Van a su puta bola, desatendieron la orden del cerebro y pasaron de multiplicarse por mil. De hecho, creo que no se multiplicaron ni por una. Claro, que también podría ser que no haya nadie al mando, que tenga cabeza pero no tenga mucho cerebro… todo puede pasar… pero nos quedaremos con la duda.

Actualmente estoy en los últimos días de la cuarentena autoimpuesta. He diversificado la dieta y ayer me di el caprichazo de unas albóndigas con patatas fritas. Por suerte, el hierro de las lentejas y los paseos por la terraza, vitamina D incluida, alimentan mis recuerdos hacia quienes pusieron en riesgo la supervivencia de nuestra sociedad, y que son los mismos que intentan descarrilar las medidas aprobadas por el gobierno, cuando no directamente boicotearlas. La deslealtad de nuestra oposición es tal que medios conservadores europeos muestran su extrañeza ante conducta tan incívica.

Cospedal paró las obras de numerosos hospitales en construcción, el de Toledo fue uno de ellos, y dio carpetazo a proyectos como el del Hospital de Puertollano, cerró plantas enteras, quiso privatizar los hospitales de Tomelloso, Almansa, Villarrobledo y Manzanares para amortizar deudas con las constructoras de la autovía de los Viñedos (ACS y Acciona). Puso al frente de los recortes a Echaniz, el gran recortador, que echó la cancela sobre centros de salud, consultorios rurales, urgencias nocturnas… causando directamente la muerte de miles de personas, incluidos los grandes dependientes que perdieron las ayudas y cuidados aprobados por el gobierno de Barreda. Cospedal y Echaniz recortaron prestaciones, impusieron el copago farmaceútico y despidieron a miles de empleados públicos. Este es su bagaje, hambre, muerte y destrucción del Estado del Bienestar.

Ahora, sus entonces cómplices (Carmen Riolobos, Paco Núñez, Rosa Romero, Ana Guarinos, Benjamin Prieto…) se quieren colocar a la cabeza de los defensores de lo público y con el mayor de los cinismos exigen medios para los sanitarios que ayer despidieron, o para los hospitales que cerraron, desmantelaron y quisieron privatizar. Se han convertido en expertos en pandemias y como buenos capitanes a posteriori que son afean al Gobierno que está actuando tarde, aunque ello les suponga entrar en contradicción con lo dicho el día anterior al acusarlo de precipitarse. Así, piden más contundencia pero critican el decreto que paraliza la construcción y la industria no esencial, y, como no, echan pestes del decreto de medidas económicas de apoyo a trabajadores, pymes y autónomos. Ellos habrían salvado a la banca y al IBEX como hicieron antaño y habrían tenido a Trump y Orbán como referentes: libertad económica y mano dura serían sus recetas.  

Como veis, sigo con la memoria intacta y siendo consciente de que sobreviví a los recortes de Cospedal, he sobrevivido al Covid-19 y sobreviviré a capitanes a posteriori y golpistas. ¡¡Salud y memoria!!

Plumaroja