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I. DOS ESTRATEGIAS
Pactar la gobernabilidad o derribar al Gobierno. Esta es ya la disyuntiva.
En todo el mundo la política pivota sobre el covid-19 y sus consecuencias. En ningún otro país democrático, que yo sepa, ese pivote se intenta girar –de modo inmediato, antes de que acabe la crisis sanitaria– hacia el derribo del Gobierno legítimo. En España sí.
Esa disyuntiva expresa la lucha entre dos grandes estrategias y sus respectivos medios: la distensión o la tensión.
Hablo de estrategias porque la suerte de la pugna entre ambas no se va a decidir en un solo acto, en una votación, en un solo movimiento, sino en un proceso, del cual ya conocemos algunos episodios significativos, en los que se han hecho visibles.
El primero fue la sesión del Congreso del 24-25 de marzo. Tan evidente e innegable era la necesidad democrática de dar más fuerza al Gobierno legítimo que el Congreso –al autorizar la prórroga del estado de alarma decretado por el Gobierno el 14 de marzo– avaló los poderes y las medidas excepcionales que este asumía.
El resultado de la votación: 321 a favor, 28 abstenciones (de los independentistas catalanes y vascos) y 0 en contra.
Si comparan ese resultado con el de la investidura de Sánchez (167 a favor, 165 en contra –que incluyen 10 independentistas catalanes– , 18 abstenciones independentistas ERC y Bildu) hay una conclusión evidente: la política pivota ya sobre el covid-19, no sobre los ejes del pasado. Tan reciente. Tan lejano.
Ese resultado tan aplastante no significaba que un Gobierno que nació débil (su formación no era, por sí sola, la superación del largo periodo de crisis de gobernabilidad que se abrió a partir de las elecciones generales de diciembre de 2015) se hubiera fortalecido repentinamente. Significaba que ese Gobierno –para hacer frente al covid-19 y sus estragos– tenía la necesidad y la posibilidad de ampliar la base de los acuerdos políticos en que sustentar su acción.
Había comprendido el Gobierno esa necesidad y ofrecía desde ese mismo momento cauce para cumplirla.
El presidente había hablado de unos Presupuestos Generales del Estado (PGE) de reconstrucción económica y social. Luego tendría más repercusión su apelación a unos nuevos Pactos de la Moncloa; pero ceñir el debate a este simbolismo ha distraído, más que centrado, el contenido y la vía del pacto de gobernabilidad. Este solo es factible si se corresponde al análisis concreto de la situación concreta.
Incluso fuerzas políticas claramente inclinadas a la colaboración señalaron que el Gobierno o no tenía perfilados esos extremos o no actuaba en consecuencia con la voluntad que expresaba.
Dicho de otro modo: el Gobierno ni formulaba ni actuaba con plena coherencia en la estrategia de ampliar los acuerdos que sustentaran la gobernabilidad ante lo que se venía encima.
El segundo. Quince días más tarde, el 9 de abril, al solicitar una segunda prórroga, el Congreso volvió a autorizarla; esta vez con 270 votos a favor, 25 abstenciones, y 54 en contra –52 de Vox y 2 de la CUP–. Casado fue muy duro y fue contestado con dureza, pero sus 89 votos son para el sí.
El cambio fue trascendental: la estrategia de la tensión ya tenía su caudillo político. Ya quedaba planteada en sede parlamentaria.
Hasta entonces se había desplegado un golpismo mediático preparatorio.
Si en la sesión anterior Abascal le pedía a Sánchez que destituyera a Iglesias, en esta le conmina a marcharse con todo el equipo y a quedar a expensas de los tribunales para que le hagan pagar sus responsabilidades criminales.
Y da el paso decisivo: echar el peso de los muertos —ya no centenares, sino miles– en la balanza política.
En la prensa del independentismo irredento se había escrito antes: “Estos son los muertos de Sánchez, de su incompetencia criminal“.
El golpismo mediático se felicita: se vanaglorian de haber situado al Gobierno a la defensiva. Vox se ha situado a la cabeza de la estrategia de acabar con el Gobierno, aunque no tiene fuerza para mantener la iniciativa en esta ofensiva. Cuenta con que se la irá dando la magnitud creciente de los daños, el golpismo mediático, la movilización de sus ciberturbas, su capacidad de arrastre sobre el PP; y el debilitamiento de la iniciativa del Gobierno en sumar apoyos para la gobernabilidad.
El tercero no será un episodio parlamentario, sino la anunciada ronda de encuentros (telemáticos) del Presidente con líderes de partidos; la que comenzó el jueves con Arrimadas y a la que sabemos que no acudirán ni Vox ni la Cup, y que Casado conectará el lunes. Producirá resultados, cuya valoración no puede anticiparse. Pero el criterio para hacerlo sí: Cuando se enfrentan dos estrategias el avance de una significa el retroceso de la otra.
El presidente del Gobierno se ha emplazado a pactar. Por ello necesita que esta ronda produzca algún avance perceptible (no aparencial ) y efectivo (aunque gradual). Si no lo logra el beneficiario será Vox. Más que el PP.
II. EL GOBIERNO QUIERE PACTAR. ¿QUIERE EL PP?
Cualquier debate sobre si el Gobierno quería o no quería pactar ya es solo un antecedente. Si no valiera ningún otro argumento admítase al menos que quiere porque ya sabe que lo necesita.
Lógicamente todos los llamados al pacto tienen el derecho y la obligación de comprobar esa voluntad; incluido el PP, cuyas palabras (en contradicción hasta ahora con sus votos) contribuyen más a la confrontación que al pacto.
Para los partidarios de la estrategia de la tensión, la oferta del presidente Sánchez es puro teatro, simulación, trampa... Sobra reproducir la larga serie de epítetos insultantes que se le dedican desde siempre. Necesario es señalar su objetivo: expandir el virus del odio, infectar a cuantos (y son millones) no han visto con agrado que Pedro Sánchez haya logrado por dos veces, legítimamente, la presidencia del Gobierno de España y haya convertido de nuevo al PSOE en el partido claramente mayoritario.
La disyuntiva que plantea Casado ante la opinión pública (“a Sánchez sólo le preocupa el poder y a mí los españoles“ ) es ridícula. La primera parte la pueden creer muchos, la segunda nadie. La disyuntiva real a la que el “líder de la oposición “ (entrecomillo para significar que tal figura no existe) es optar por una de las dos estrategias, de ninguna de las cuales es el adalid.
Casado duda.
Por una parte sabe que el veneno de ese odio tiene su fuerza. Y puede pronosticarse que producirá más contagios cuanto mayores sean las bajas mortales, los daños y las dificultades de la reconstrucción. Esa perspectiva le tienta, máxime cuando tantos analistas pronostican que vamos a una confrontación y una polarización radical; para este caso considera una ventaja haber señalado con anticipación al chivo expiatorio.
Por otra parte, sabe que la expansión de ese veneno tiene un antídoto: la posibilidad de verificar la voluntad de pactar del presidente.
A inyectarse este antídoto se resiste Casado, porque le obliga a no imponer como condición del pacto la inadmisible de que Sánchez renuncie a la coalición con UP. Esa condición se la sugieren tanto quienes creen que es factible (sin cuestionarse su legitimidad) como quienes la presentan como vía de escape.
Lo cierto es que Casado no puede eludir su derecho y su obligación de pasar la prueba. Máxime cuando un porcentaje altísimo de la ciudadanía quiere que haya pacto, aunque no confíe en que vaya a producirse.
Casado tampoco puede eludir plantearse lo que conlleva, en términos constitucionales, apostar por la estrategia de derribar al presidente y al Gobierno. Solo hay dos vías legítimas.
Una, la moción de censura. ¿Se atreve a encabezarla ? Al menos por ahora parece que ni se la plantea.
La otra, la dimisión forzosa del presidente, si fracasara la cuestión de confianza cuyo planteamiento ante el Congreso depende de la voluntad del propio presidente (artículos 112-114 de la Constitución). Al menos por ahora, el presidente ni se la plantea; si pensara hacerlo probablemente lo haría para ganarla, como un modo de formalizar parlamentariamente los avances logrados en la estrategia de pactar la gobernabilidad.
Así que para la estrategia de la tensión solo hay abierto hoy un camino: levantar oleadas de indignación y aislar al presidente hasta tal punto, que le llevara a la dimisión voluntaria. El método “¡Váyase señor González!“ acompañado, como aquel, del golpe mediático. El que ya está practicando Abascal. El que aplicó el hoy amarbellado Aznar. El apadrinador de Casado y Abascal, a los que quiere unir bajo una misma estrategia desde FAES, factoría de neocons. Hoy por hoy ese método no está mejorando la imagen del líder de Vox, aunque refuerza lazos con su electorado.
Mi conclusión es que el PP, a día de hoy, no sabe lo que quiere. Ni siquiera lo sabe Casado y lo que hace es disimularlo. Por una razón: quizás porque hay dos PP. Cuando Casado ganó la presidencia dijo: “Ha vuelto el PP”. Aznar y Aguirre sintieron que había vuelto su PP. Pero, ¿hay muchos dirigentes y electores que crean que ese PP pueda recuperar la importancia que tuvo? Puede que ni siquiera lo crea el propio Casado.
III. EL PP TIENE NECESIDAD DE PACTAR LA GOBERNABILIDAD
Expondré sintéticamente por qué tiene esa necesidad que le puede llevar a querer pactar. Que después sepa y pueda son requisitos que le afectan tanto como al Gobierno y a todos los partidos.
A) Desde el inicio de la crisis sanitaria cada partido se ha esforzado por trazar su propia línea; unos con más pronta, otros con más tardía, comprensión del hecho trascendental de que toda la política ha pasado a pivotar sobre las consecuencias del covid-19 y la respuesta que se le está dando. Esa línea incluye obligadamente definir posición ante el Gobierno.
La interacción entre la posición que adopta cada partido es mayor que nunca.
La mayoría de los partidos, con toda lógica democrática, han querido implicarse en la gobernabilidad; en correspondencia, quieren que su criterio político y los intereses sociales que representan sean tenidos en cuenta.
De ese modo quitan fuerza al alegato de que la propuesta gubernamental de pactar es una trampa y una mordaza. Su influencia (la de todos y cada uno) en la opinión pública es mayor que la de su número de escaños.
B) Ciudadanos ha visto que esta crisis, por su enorme dimensión, es la ocasión para dar un giro radical a la línea que los llevó al desastre, sin necesidad de una autocrítica explícita sobre su actitud pasada. Contribuir a la distensión les resucita como partido. En la estrategia de la tensión solo le queda diluirse en el PP. Votó contra la investidura. Puede aspirar a ganarse al sector empresarial que quiere y necesita estabilidad y distensión política. De nuevo compite con el PP, en otro terreno, con posición propia.
C) La solvencia del PNV (factoría de buenos políticos) acredita la idea de que los pactos de reconstrucción económica y social parten de la base de repartir cargas y no del propósito de acabar con la propiedad privada y la empresa.
D) El PP ha comprobado que –en la continuidad de la estrategia de la tensión en las elecciones de noviembre de 2020– recuperó terreno y anuló a C’s; pero también que lo perdió ante Vox. Y que esa estrategia no sirvió para que la derecha recuperara la mayoría electoral. Sin el error ajeno que llevó a la repetición electoral hubiera quedado mucho peor. Elevar la tensión, hasta criminalizar al Gobierno, no parece el modo de construir esa mayoría, aunque sí es una vía para el caos político. Esperar a que errores del Gobierno le abran posibilidades de mejora es arriesgado: el mayor beneficiario puede ser Vox.
E) El independentismo ha perdido relevancia en la actual situación. El covid-19 ha descolocado casi tanto a ERC como a Junts y Torra. Plantear ahora como condición para pactar debatir sobre autodeterminación es pasar de la república catalana de ficción que preside Puigdemont a Babia. Su incoherencia (pedir medidas más severas y abstenerse en la votación del estado de alarma que las posibilita) los ha neutralizado. Ya no sirven como causa suprema de oposición a Sánchez.
F) El apoyo de la Unión Europea es necesario para afrontar la reconstrucción en España. Se compromete ese apoyo cuanto más se dificulte la gobernabilidad en España. Por el contrario, contribuir a su gobernabilidad da fuerza a la política española hacer avanzar la UE. El PP pierde relevancia en la UE si apuesta por la tensión y la gana si apuesta por lo contrario. Esto tiene su repercusión en España, dado que seguimos siendo muy mayoritariamente europeistas.
G) La genética del PP es la de Fraga que lo fundó y la de Aznar que lo llevó al gobierno. Fraga fue aquel tipo que proclamó que la legalización del PCE era “un golpe de Estado en toda regla “y que, seis meses más tarde, presentaba a Santiago Carrillo en el Club Siglo XXI. Entremedias: el resultado de las elecciones de junio de 1977 y su adaptación a la realidad. La misma que mostró Aznar, cuando, tras las elecciones de 1996, contó que hablaba catalán en la intimidad; aunque no fue eso lo más importante que cedió al virrey Pujol para llegar al Gobierno. Luego, en 2000, ganó por mayoría absoluta y desde la nube del trío de las Azores transfirió genes de la especie neocon a aquel partido de derechas, inicialmente un producto genuinamente español. Mutación que le hizo perder las elecciones en 2004; y que terminaría llevándole la división interna y a fracturar su electorado.
Así que Casado tiene que optar entre adaptarse a la realidad o intentar hacer creer a los españoles que hay una revolución política calentando motores desde el Gobierno para echar abajo el régimen del 78 y acabar con la Monarquía.
IV. EL CURSO DE LA ESTRATEGIA DE PACTAR LA GOBERNABILIDAD Y LOS PGE DE RECONSTRUCCIÓN
La opinión pública desconoce si el Gobierno considera necesaria una hoja de ruta y desconoce cuál sea esta si la tiene.
Cabe pensar por tanto en dos extremos: que el Gobierno quiera que se cumplimente en un único acto, con cuantos se decidieran a suscribir los pactos; o que se vayan realizando paulatinamente y con cada fuerza política por separado. No especularé. Iremos viendo.
Sí procede exponer dos consideraciones.
La primera, la relativa a la actitud ante la posición del PP.
Considero que sus cavilaciones son reales, en consecuencia que su vacilación actual no debe ser aprovechada para neutralizarle. Puede que su tardanza esté conllevando ya pérdida de relevancia, aunque algunos calculen que les resultará más provechosa la actitud reservada de quedar a la espera.
Creo que conviene intentar sumarles a los eventuales pactos. No precisamente porque ese intento pueda abrir paso a una posible “gran coalición” sino precisamente porque creo que es la forma de cerrar paso a cualquier inclinación hacia esa hipotética vía. El tiempo de la sustentabilidad gubernamental sobre la base del acuerdo PSOE-PP ha pasado (desde que se inició la crisis de gobernabilidad tras las elecciones de diciembre de 2015) y no lo ha restablecido la conmoción provocada por el covid. No hay actuante una tercera gran estrategia en la realidad española.
También creo que aunque se hayan neutralizado solos (dicen que por coherencia) también conviene intentar pactar la gobernabilidad con los independentistas catalanes (porque esta desgracia es una ocasión para evitar que se haga crónica la fractura social y ojalá que pudiera serlo para restañarla).
La segunda se refiere a la idea que formuló el presidente Sánchez sobre los PGE de reconstrucción.
La elaboración de los mismos es una necesidad imperiosa, casi inaplazable, aun cuando subsista la incertidumbre sobre la magnitud del daño al que tendrán que hacer frente. Mi referencia a tan compleja tarea solo pretende ubicar su significado en el contexto de la cuestión que plantea este artículo.
Considero que son un factor muy influyente, un hito inesquivable en cualquier curso que siga la lucha entre las dos estrategias; su aprobación sería un resorte fundamental para la gobernabilidad, su incomparecencia o su inadmisión una baza clave para lo contrario.
La elaboración de los mismos es competencia y responsabilidad exclusiva del Gobierno; de las fuerzas parlamentarias aprobarlos o rechazarlos. Ahora bien, en consecuencia con todo lo anterior, parece lógico que el Gobierno incorpore –ya en el procedimiento de su elaboración– a los sindicatos y organizaciones empresariales, a los partidos políticos, e incluso a los Gobiernos autonómicos en la estricta medida en que les afecta.
Fin. A este largo artículo que es el esquema interpretativo desde el que he contemplado lo sucedido y lo que está por suceder.
También es una apuesta por aislar a Vox, alzada como adalid de una subversión reaccionaria contra la democracia española, a la que pone un contrapunto armonioso la CUP que anima a “los pueblos de Estado español“ a una confrontación de la que van a surgir no una sino unas cuantas repúblicas.
Y es un pronóstico favorable a que veremos pactos, cuya dimensión no me atrevo a vaticinar.
Admito que probablemente sean razones más inteligentes las que pronostican que los políticos que tenemos no serán capaces de lograr los acuerdos que necesitamos. Pero estoy convencido de que las que aquí aduzco, insertas en este esquema interpretativo, no son de esa clase de buenas intenciones con las que se empiedra el camino al infierno.
Si no acertara allí les espero.
Josá Sanroma
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