DCLM.ES · OPINIONES · Francisco R. Breijo-Márquez
30.04.2016
¡Y no hay más, señores!
Por Francisco R. Breijo-Márquez
Una frase de esas que, por más que lo quisieras –que no es mi caso – jamás olvidarías. Se te queda empotrada en las las sinapsis neuronales y piezas adyacentes. Siempre acechante al mínimo descuido. Siempre presente a la hora de terminar drásticamente con una discusión bizantina de intensa cefalea holística y perseverante (léase de "cabeza como un bombo" o "que no me comas más el tarro").
No sólo no la olvidas - ni quieres hacerlo-, es que te la repites y la pregonas como si fuese de tu propiedad. Pero no, no es de uno.
E, inconscientemente y viniendo a cuento, la repites ante aquel auditorio donde estás dando una charla, o una conferencia, o en la más banal de las peroratas. Como colofón de cualquier sentencia corta y sin comillas:
¡Y no hay más, Señores!
Así, en plural y un tanto 'machista' al gusto de los intransigentes y de los tiempos que tan deprisa nos avasallan impunemente.
Definitiva. Tajante. Provechosa. Verdadera. Y…Profética.
Era verdadero gozo escucharla, tarde a tarde, desde su dicente.
Había incluso apuestas acerca de cuántas veces repetiría la frase en menos de una hora que duraba la clase de Quirúrgica, - uno, dos y tres – en las primeras horas vespertinas; con ese frío que traspasaba la ropa – anorak encapuchado y con forrado lanar incluido- escarchándote los huesos; o ese calor húmedo, implacable y asfixiante, que hacía sudar todos los poros hasta debajo de una ducha gélida; meteorología que suele acaecer en Murcia en tiempos invernales o de canícula. Sin términos medios. Sin prisas, sin pausas y - sobre todo- sin contemplaciones.
Me daba igual la doble meteorología. Perdonaba hasta mi sagrada siesta y emprendía una lucha desigual contra los despiadados elementos, calle abajo, desde los arrabales del Carmen hasta la Facultad. Yo iba a clase de Quirúrgica –uno, dos y tres – así cayeran chuzos de punta, impartida por uno de esos Maestros, con categoría de mayúscula, al que nunca olvidarás.
Había quienes le llamaban «trespés», pero siempre desde el respeto. Uno se limitaba a llamarle sencillamente Profesor: Pascual Parrilla Paricio (de ahí el apodo «trespés»). No era preciso tomarle apuntes, su sola explicación servía para salir empapados del tema expuesto. De haberse dado el caso, te sentías ya capaz de hacer una anastomosis esófago-biliar a sutura continua con solo las palabras y dibujos del querido Profesor. Como se lo escribo a ustedes, oigan.
Lo recuerdo cual si de hoy se tratara: "Señores - nos dijo en la primera lección magistral- , de lo que aprendan ahora, la mitad no les servirá cuando terminen su carrera y, las tres cuartas partes de la otra mitad estarán en entredicho. ¡Y no hay más, Señores! ¡Y no hay más…!"
Proféticas palabras. Al ciento por ciento.
Desde que escuché por primera vez al Profesor tal frase, la suelo hacer mía cuando he de terminar una conversación o discusión que no lleva a ninguna ninguna parte y que, por no hacer, ni siquiera provoca mareo a perdiz alguna. Que no hay más tu tía, vaya – que se suele decir por mi Pueblo- : ¡Y no hay más, Señores! Por más vueltas que le dé Perico al inacabable torno.
Bueno pues, por una de esas casualidades que conscientemente provocas – no soy yo mucho de creer en casualidades; en causalidades sí, pero eso es harina de distinto costal –, hace poco me dio por ir a saludarle a su Departamento. Llamo, en tres toques suaves y delicados cual mi costumbre aconseja, a la puerta entreabierta del despacho. Un ¡adelante! más que impersonal… insolente, me saluda. Pregunto al dueño del vozarrón, - que andaba por ahí vestidito de bata blanca impoluta, con decenas de bolis en el bolsillo superior izquierdo, y un apestante olor a colonia barata y a granel, de edad similar a la de un servidor- por el querido Profesor Parrilla.
"¿El Viejo?", me responde el individuo. ¡Pues no hace ná que se jubiló!, continua, mientras busca la sonrisa cómplice de dos tipejos más que andaban por ahí haciendo el chorra. Instintivamente me pongo firme, estirado como la verga de velero bergantín, me coloco la voz más engolada y potente, y respondo sin ningún tipo de respeto que me alegro de su vejez, porque me dice que vive; y, por lo que usted respecta –le sigo diciendo- ni merece pisar estos ladrillos que tantas veces pisoteo el querido Profesor, que – a gran diferencia de usted -, si que dejó huellas donde usted solo deja detritus. ¡Y no hay más, Señores! (esta vez mirando de soslayo a los tres petimetres). ¡Quédense ustedes con Dios, si es que tiene el mal gusto de quedarse con ustedes, porque yo ni de coña! ¡Oye!…me sentó como un tiro el desdén contra mi Profesor que empleó el mengano ese. Y me quedé mucho más ancho que largo, - que dice el dicho -. Como empapado del "Bálsamo de Fierabrás" ese, del que nunca supe su composición, pero que un tal Alonso Quijano afirma ser 'mano de santo' y panacea universal.
Pues sí. Sigo diciendo la frase de marras y quedándome tan ancho. Como si de mi propiedad fuese, aun a sabiendas que sólo y exclusivamente era, es y será siempre del querido Profesor Don Pascual Parrilla Paricio.
Podría, créanme, seguir contando anécdotas y batallitas de mis tiempos de imborrable recuerdo estudiantil. Pero no es el caso.
Esto tiene su relación y su explicación:
No ha más de un mes, me encuentro en portada de un diario murciano una declaraciones de mi querido Profesor dónde venía a decir que le resultaba un disparate que los alumnos de la Facultad Privada – y de cuantiosas cantidades a pagar por matrículas – tuviesen todo el derecho a invadir los Hospitales Públicos para educar en prácticas a su alumnado.
Además "de gratis". Con un par. Y con la bendición – o como poco el escaqueo- de Presidencia regional. Ni más ni menos.
Una especie de niñata, profesora de tal Facultad Privada – más que probable conseguido tal profesorado por dedo protector – y bendecida con una Consejería de Sanidad que le viene demasiado grande (ya hablaremos tu y yo, hermosa, y no precisamente en tu despacho o en el mío, no), no tiene otra que soltar barbaridades en todos los diarios de la Región murciana- y en otros de más amplios miramientos– con algo así como que el Profesor ya está viejo y muy chocho. Que no sabe lo que dice –más o menos-. Que es deber y obligación de los Hospitales Públicos poner a disposición del alumnado privado, absolutamente todos sus Servicios Hospitalarios.
Y ¡Un Jano como un marrano! Señora Consejera…
¡Y un Jano (o sea, una mierda como un piano)! Lo mire como quiera usted mirarlo.
Cada uno con su pellica, pues ¡faltaría más!
Si quiere usted que su alumnado privado tenga practicas, no aduzca supuestas e inexistentes leyes para justificar sus tiránicas actitudes confundiendo a la morralla con que la Sanidad Pública está obligada por leyes. ¿Quiere usted prácticas para sus apadrinados? Pues comprese un (o dos…o tres) Hospital para sus protegidos con sus cuartos.
Que mi Profesor podrá estar mayor pero no chochea ni chocheará, antes se muere de la vergüenza, y ha dicho Verdad. Justa y absoluta.
¡Y no hay más, Señores! (Señora, en este caso)
Francisco R. Breijo Márquez
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