DCLM.ES · OPINIONES · Francisco R. Breijo-Márquez
24.06.2016
España, en intolerable Watergate
Por Francisco R. Breijo-Márquez
Andaba yo por los diez u once y todavía podía trotar y corretear por las calles sin pavimento y los amplios solares desnudos hasta llegar a la escuela. Entre las casas vetustas y bellas de mi pueblo, desgraciadamente ya derruidas, transcurría mi diario recorrido. La televisión era en blanco y negro y solo había dos canales a elegir. Dos rombos juntos en la esquina superior derecha del televisor significaban que la cama ya estaba dispuesta a acogerte para soñar con unos angelitos con los que nunca soñaste, después de las pertinentes oraciones que siempre balbuceabas de rodillas, de carrerilla y trastabilladas. Papá nos dejaba ver el telediario de las 9.00 p.m, siempre que nuestro comportamiento hubiese sido el esperado por él, y no tuviésemos que madrugar para ir al cole. Un servidor era de "Había una vez un circo" o de "Los chiripitifláuticos". Veíamos dos programas que a papá le encantaban y que se llamaban "Crónicas de un Pueblo" y "La España de los Botejara" cuya visión era de obligado cumplimiento. Una de las apariciones televisivas que más me impactó en aquellos telediarios fue la de un señor hablando en un idioma incomprensible, a trozos, con cara extremadamente seria y gesticulación circunspecta. En los subtítulos aparecía "Richard Nixon".
Con los años, en primera juventud, supe que era su «discurso de dimisión como Presidente de los todopoderosos Estados Unidos de América», motivada por la inmensa fuerza de unión de todos los norteamericanos, en voz unánime e imperativa solicitando la misma a la mayor brevedad: ¡Dimisión del Presidente del país más poderoso del mundo (incluida la URSS)!. Mucho más tarde, en edad universitaria, conocí el detallado porqué de tal dimisión, con todo su gabinete y todos sus acólitos en puro amor y compaña, echando leches de todos los puestos de la administración gubernamental: La palmaria demostración del robo de documentos en el complejo de oficinas Watergate de Washington D. C., sede del Comité Nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos, y el posterior intento de encubrimiento de la Administración Nixon de todos sus responsables. Intento fallido en su plenitud. Todo un Presidente, plegando velas y con rabo entrepernero, en vergonzosa retirada a los aposentos de los que nunca debió salir. Todo el Congreso – abolutamente todo- comenzó a investigar la ruin conspiración, con la única resistencia a la misma del propio Nixon y todos sus putrefactos defendiendo a capa y espada sus corruptelas con los argumentos más peregrinos y falsos.
El término Watergate empezó a abarcar entonces una gran variedad de actividades clandestinas ilegales en las que estuvieron involucradas personalidades del gobierno estadounidense presidido por Nixon. Estas actividades incluían el acoso a opositores políticos y a personas o funcionarios considerados sospechosos. Nixon y sus colaboradores cercanos ordenaron el acoso a grupos de activistas y figuras políticas, utilizando para ello organizaciones policiales o servicios de inteligencia, como a la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) o al Servicio de Impuestos Internos (IRS). El escándalo destapó múltiples abusos de poder por parte del gobierno de Nixon, que se saldó, por fin, con la expulsión consentida –'a la fuerza ahorcan'- de éste en agosto de 1974. El escándalo salpicó a un total de 69 personas, de las cuales 48 fueron encontradas culpables y encarceladas; muchas de ellas habían sido altos funcionarios del gobierno de Nixon. Éste presidente de infausto recuerdo tenía en sus oficinas un sistema de cintas de grabación y muchas conversaciones habían sido grabadas y legitimadas por el Tribunal Supremo de Justicia. Nixon y sus compinches habían tratado de encubrir el robo con «tejemanejes» más que cuestionables y pérfidos. De nada le sirvió…¡Garrotazo y tentetieso! ¡A la pajolera calle y no vuelva más por aquí!
Cuando este escrito vea la luz y algún lector – fiel o detractor– tenga a bien leer, posiblemente haya pasado de moda el tema o - ojalá- esté en su culmen. Pero he considerado una obligación moral escribir al respecto.
La similitud entre el caso "Watergate", con el nefasto Nixon a la cabeza, y lo que he estado viendo, oyendo y leyendo acerca de lo hecho por todo un Ministro del Interior (Fernández Díaz) y un director de la Oficina Antifraude de Cataluña (Daniel de Alfonso) para incriminar a - más que supuestos - dirigentes de una supuesta secesión que no acaba de cuajar me resulta abrumadoramente perversa. Por la fidelidad del símil, salvando las distancias con el pueblo norteamericano. Que las hay y en cantidades inconmensurables.
Desde este teclado he intentado exponer mi criterio sobre cosas impresentables – del colorín que fueren- o perfectamente loables. La impresentables me han herido, y a base de bien. Tanto personal como éticamente. Y…no puedo callar, aún a sabiendas de que nadie – yo el primero –es perfecto, ni maldita la falta que hace serlo, cualquier cosa que lacere mi delicada sensibilidad será contestada.
De entre todas ellas, y las hay… (Y muchas), ésta ha sido la más hiriente. La más desconcertante. La más indigna. La más indecente.
Es lo más parecido a un golpe de Estado -para este seguro servidor- en la más vergonzosa clandestinidad sin sables que lo acompañen ni tenientes coroneles que lo cobijen.
Sepan, queridos lectores, que este escrito ha sido cotejado, documentado y puesto en toda crítica –en el sentido puro de "crítica" y no de marujeo- que-posiblemente un servidor haya escrito fuera de su oficio (Médico, con honor y orgullo, independientemente de los títulos posteriores a tal vocablo; que los tengo, y muchos; todos conseguidos en buena lid).
Una amiga, desconocida todavía (Marisol Sotos), me dice que es lo de siempre bajo el Sol de esta "vieja y nueva España". Desde estas líneas le contesto. Un nombre no hace a un País. Un País lo hacen sus hijos. En este caso sus españoles, sean éstos "muy" y "mucho" (detesto que saquen punta a equívocos que todo el mundo puede cometer y comete).
Somos los españoles los que jamás debemos permitir estas tropelías amparadas por los tres poderes que de independientes tienen lo que un servidor de cura pueblerino o purpurado vaticano. Con decir lo que escribió don Antonio de "la España de charanga y pandereta" parece que nos conformamos: ¿Ea, somos así? ¡Basta ya! En todo caso, y siguiendo al poeta, "de espíritu burlón y de alma inquieta". ¡Basta ya de tanta burla y tanta inquietud que no lleva a nada! Insisto.
«A la calle que ya es hora de pasearnos a cuerpo». Que «ni vivimos del pasado ni damos cuerda al recuerdo» como escribió un supuesto independentista vasco, Celaya.
¿Alguien realmente cree que Nixon sabía que "habían grabado las grabaciones que él ordenó"? Visto lo visto y oído…¿alguién piensa que el Presidente del Estado español conoció por prensa estos deleznables sucesos? … Pues …"a la calle, que ya es hora larga: usted- señor presidente- y todo su consejo asesorante". Suavemente, sin estridencias, pero…hágase un hueco por la puerta de atrás en fila india con todos, absolutamente todos, sus amigos y compañeros de ideas e ideales.
Que a los que le han sobado la pana sin cuartelillo y sin que el "español de a pie" lo sepa, les quedan todavía toneladas de cera para emplearla en quien tenga a bien venir.
Gabilondo tildó "Además de corrupto inútil" ,referido al Ministro interiorista. Fernando Mora –castellano-manchego de pro, socialista a mi pesar- , de "Ni moderados ni éticos" (en un magnifico escrito de menos de 500 palabras en dclm.com). Yo soy mucho más intransigente y faltón que ambas firmas. Mi retraimiento natural me impide definirlos con calificativos más contundentes
¿Dimisiones? ¿Exigencias? ¡Al sórdido lugar de donde provienen sin más gaitas que acompañen su huida
No hago campaña ni incito a la 'votadura'. Pero si un solo español vota a estos tipos una vez más, merecerán – y nos harán merecer- aquello que tenga a bien sucedernos.
No tomo partido hasta mancharme. Pero estos tipos no merecen - lo escribo en plena lucidez y equidad - ni uno solo de los papeles que vamos a depositar en urnas.
He visto, oído y leído muchas cosas feas (y también bellas). Nada tan triste como lo que la tristeza que me acompaña me hace escribir este folletín.
La Revolución Francesa –hito en la historia de la humanidad– no nació de dirigentes adoctrinados: ¡Nació del Pueblo!
Pues a ello pues…
Francisco R. Breijo-Márquez
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