Es fácil suponer que la mayoría (por no decir la totalidad) de los lectores de este artículo me reprochen la inutilidad de poner su título dentro de una interrogación, dado que la mala situación del pasado año augura en convertirse en pésima en el que ahora comienza, teniendo en cuenta el alza de tarifas en servicios, combustibles, transportes e IVA de la vivienda; la pérdida de deducción por adquisición de la residencia habitual; la aplicación del euro por receta en algunas comunidades autónomas; la rebaja del estipendio de los diputados de nuestra región; la entrada en vigor de las nuevos requisitos para tener derecho a una pensión de jubilación: edad, periodos de cotización y de cómputo, la permanente subida de la tasa de desempleo (en la publicación de la próxima EPA podremos ver sobrepasada la cifra de seis millones de desempleados) y otros etcéteras que se irán añadiendo al debe de la capacidad adquisitiva de los españoles. En otras palabras: que de año feliz, nada de nada.
Vale, de acuerdo, las perspectivas no son halagüeñas, lo acepto, pero ustedes lo ponen aún peor de lo que está al verlo con unas gafas cuyos cristales están tintados de pesimismo, de incredulidad y, sobre todo, de esperanza en el fracaso ajeno, que distorsionan el valor de lo hecho y el alcance de su proyección salvadora, impidiéndoles anticipar lo que pasaría si los vaticinios hechos tanto por el Gobierno de la nación como por el de Castilla-La Mancha fueran una realidad de futuro, y las medidas puestas en marcha, dolorosas pero necesarias; sin temblar la mano pero sentidas; yermas en el triste presente pero fructíferas en el regocijante futuro; agraviantes e hirientes pero solidarias y equitativas, obtuvieran el éxito esperado y no sólo lograran como resultado la solución a la crisis, sino que, también, supusieran un nuevo orden en una sociedad caduca, que está pidiendo a gritos un cambio de modelo que perjudica claramente a los que más soportan el abrumador gasto (léase despilfarro) que conlleva su insostenible mantenimiento.
Después de unos momentos de iracundia generalizada, espero que alguno de mis pacientes lectores (después de proferir los exabruptos al uso, obviamente), tenga la bondad de dirigirme la palabra y, de forma más o menos benevolente, me pregunte: ¿Y si no se cumplen los pronósticos, qué pasará? Nada en absoluto le contestaré con la más amable de mis sonrisas, los pronósticos por mucha base estadística que tenga o por acertados modelos econométricos que se empleen, siempre estarán sujetos a incertidumbres imprevisibles de un caprichoso destino que, con pertinaz obstinación (como la sequía en tiempos de Franco, vamos), se empeña en amargarnos la vida a pesar de la buena voluntad y del cariño de nuestros dirigentes. Desde luego, a mí me parece una justificación de lo más razonable.
Ya, pero (no es de extrañar que vuelva a la carga el insatisfecho lector, dada su evidente manía de pensar por sí solo) y ¿si no se tratara de una falta de acierto en una predicción bienintencionada, y sí de un engaño premeditado? pues que estaría asimismo justificado, responderé con conducencia al echar mano de Maquiavelo, ya que "Aunque el engaño sea detestable en otras actividades, su empleo en la guerra es laudable y glorioso, y el que vence a un enemigo por medio del engaño merece tantas alabanzas como el que lo logra por la fuerza". Y para evitar que el recalcitrante lector me exija una enojosa comparación entre guerra y política, me anticiparé a su reacción quitando la interrogación al título, asegurándole que el 2013 será un mejor año para todos y, si al final del mismo, mi error de sabio oráculo se demuestra parejo en tamaño a mi temeridad de predicción, la culpa no será mía, sino de las adversas circunstancias, de la falta de comprensión, tolerancia, colaboración, empatía y solidaridad de los demás para conmigo, de… qué leches: ¡De la herencia recibida!
A pesar de todo, hay que seguir en la brecha y no caer en el desanimo. Muchas felicidades.
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