DCLM.ES · OPINIONES · Carlos Fernández Liria
Desde las últimas elecciones y a la espera del resultado de las próximas el 23-J, no he cesado de hacerme una inquietante pregunta: ¿por qué será que la gente vota al PP? Me parece una pregunta tan enigmática y misteriosa que había pensado colocar este vídeo en la sección de psicoanálisis, pero es que todavía no hemos visto lo que entiende Freud por la “pulsión de muerte” · Voy a intentar explicarlo sin demasiadas resonancias técnicas.
Da la impresión de que el perfil antropológico del votante del PP hundiera sus atávicas raíces en ese grito con el que se saludó la restauración del absolutismo en 1823: “Vivan las cadenas”, “Vivan las caenas”.
Sin recurrir a la psicología profunda, resulta difícil comprender por qué los pensionistas, por ejemplo, votan de forma masiva contra un gobierno que les ha subido un 8 por ciento las pensiones o a favor de un gobierno que está desmantelando lo que queda de la sanidad pública; o por qué a tantos jóvenes les parece casi surrealista votar a Sumar en lugar de por ejemplo a Vox cuando Sumar les ha prometido una herencia universal de 20 mil euros al cumplir los 18 años, una propuesta modesta comparada con la que había propuesto por ejemplo el gran economista Tomás Piqueti, 150.000 euros por joven, pero menos es nada ¿no?,
Una propuesta por otra parte perfectamente viable como han demostrado grandes economistas españoles, como el propio Nacho Álvarez que la ha defendido y, por supuesto, Eduardo Garzón que ha publicado varios vídeos críticos con esta propuesta porque le parece insuficiente, pero, en cualquier caso, muy aclarativos y explicativos sobre por qué no es ningún disparate y por qué no hay que llevarse las manos a la cabeza con respecto a su posible viabilidad.
Pero todo ocurre como si existiera en las profundidades del alma de la población española un profundo nervio franquista transmitido de generación en generación que tuviera que ver con algo así como el resentimiento y la venganza contra todo aquello que se sospeche que no sería aprobado, que no sería bien visto por el Caudillo.
El Caudillo no habría visto con buenos ojos una sociedad llena de maricas, de trans, de lesbianas, de mujeres emancipadas; tampoco habría visto con buenos ojos eso de la herencia universal, eso de dar dinero a los jóvenes para que se emancipen de sus padres… Y, desde luego, habría mirado con mejores ojos a esos partidos que al fin y al cabo son su herencia en este país que defienden la privatización de la sanidad pública, que defienden que no hay que subir el salario mínimo, que no hay que conceder derechos laborales. Y es como si la opinión de Caudillo fuera la voz del superyó de la sociedad española.
El PP es un partido que no debería existir. El PP debería haber sido ilegalizado en el año 2003, lo mismo que fue ilegalizada Herri Batasuna, desde el mismo momento en que se supo que en Irak no solamente no había armas de destrucción masiva, si no que se supo que siempre se había sabido que no las había y que, por tanto José María Aznar, presidente del gobierno, había declarado, mintiendo, una ofensiva terrorista contra un país inocente, la mayor ofensiva terrorista del siglo XXI. Con esta mentira, como referencia y punto de partida, un pretexto con el que Aznar engañó a la opinión pública mundial, engañó también a la población española y engañó especialmente a sus votantes, murieron en Irak, entre 2003 y 2006, según distintas encuestas, citando por ejemplo la encuesta de opinión Lancet, 654.965 personas. Otras encuestas ascienden la cifra a mucho más, la Opinión de Encuesta Empresarial la asciende a 1.220.580 personas.
El PP no fue acusado en ese momento de incitación al terrorismo, a un terrorismo masivo, lo que demuestras que la Ley de Partidos era una Ley ad hoc, diseñada para ilegalizar a un partido político concreto, Herri Batasuna, lo que le convierte de alguna forma en una Ley que debería haber sido de inmediato anulada por el Tribunal Constitucional. De lo contrario, el PP debería haber sido de inmediato ilegalizado y sus dirigentes encausados por terrorismo por colaboración con la banda armada más potente del planeta que en esos momentos comenzaba una guerra ilegal con un pretexto falso, que no solamente era falso, sino que se habría demostrado, como bien se sabe, que siempre se supo que era falso, y además se ha demostrado, como bien se sabe, que siempre se supo que era falso y además en contra de la opinión pública internacional y sobre todo española que se había mostrado en contra de la guerra de Irak, en masivas e insistentes manifestaciones, día a día.
Sin embargo, el pasado mes de febrero, hace bien poco tiempo, el dirigente del PP José María Aznar declaró que no se arrepentía de su decisión y que no solamente no se arrepentía de ella si no que se sentía muy orgulloso: no hay pues arrepentimiento. Los votantes del PP, por otra parte, tampoco han sentido al respecto una gran inquietud… Me acuerdo que por esas fechas, el político francés Régis Debray escribió un artículo que publicó por cierto El País, en el que decía, un artículo firmado luego por varios intelectuales europeos, que se calculaba que a causa del bloqueo y luego de la guerra habían muerto ya en Irak 500.000 niños. Y Debray argumentaba diciendo que si se hubiera tratado de 500.000 perros, Europa entera se estaría rasgando las vestiduras por maltrato animal. Pero no, no eran perros, solo eran niños iraquíes.
Pero mira qué sorpresa, los votantes del PP en el último proceso electoral se rasgaron las vestiduras porque Bildu había incluido en sus listas electorales a antiguos criminales de ETA. Se obviaba el pequeño detalle de que esos criminales sí que habían sido juzgados, sí que habían cumplido condena y sí que habían pedido perdón. Se obviaba también el pequeño detalle de que ETA ya no existe.
La diferencia que hay entre el votante de Bildu y el votante del PP no solo está en la diferencia en el numero de víctimas, también está en que el votante del PP jamás ha sentido la menor inquietud, ni la menor muestra de arrepentimiento. Muy al contrario, ni siquiera el atentado de Atocha, el 11 M, con sus 191 muertos, despertó en el votante del PP la más mínima reflexión, muy al contrario, lo que se desató fue una ola de negacionismo masivo y delirante, de tal forma que aún hoy son muchos los votantes del PP que piensan que el atentado lo cometió ETA y quizá, quién sabe si con la complicidad de ciertos dirigentes del Partido Socialista. Todo ello pese a que la policía tenía ya el vídeo del portavoz de Al Qaeda, Abu Dujan el Afgani, que reivindicaba el atentado, leo textualmente, “como una respuesta a vuestra colaboración, con los criminales Bush y sus aliados, como respuesta a los crímenes que habéis causado en el mundo y en concreto en Irak y en Afganistán”.
Como recordareis, si queréis recordarlo, los dirigentes del PP hicieron todo lo posible por negar su responsabilidad en el atentado e iniciaron un proceso de manipulación generalizada de la opinión pública a través de los medios de comunicación y, en concreto de los telediarios. Jamás creo que haya habido en este país, quitando la época de Franco, un intento tan colosal de manipulación de la opinión pública. La responsabilidad que tuvo en esta campaña de intoxicación José María Aznar fue bien conocida desde el primer momento porque la denunciaron los directores de los periódicos, algunos directores que denunciaron cómo Aznar les había llamado personalmente para darles instrucciones de cuáles deberían de ser los titulares. Pero tampoco esto ha despertado ninguna inquietud en los votantes del PP que sigue mirando con admiración, incluso con orgullo y simpatía a su antiguo líder José María Aznar. Su mentalidad se armó más bien de un ciego negacionismo, apuntalado por una pandilla de mercenarios periodistas que consiguieron poner sobre la mesa la versión de que el atentado había sido perpetrado por ETA, poniéndose de acuerdo con Zapatero, quizás con Rubalcaba y también con Al Qaeda, todo para hundir al PP.
Así pues, hay carta blanca, todo está permitido. Díaz Ayuso ganó las elecciones en Madrid, por mayoría absoluta, con el lema de que había que votar, o que había que elegir entre ETA y la libertad, “ETA sigue existiendo y la financiamos entre todos con nuestros impuestos”.
A este respecto creo que hizo muy bien Pablo Iglesias saliendo al paso y recordando ciertas evidencias sangrantes: siguiendo con la lógica que identifica a Bildu con ETA, habría que comenzar por recordar que el fundador y presidente del Partido Popular, don Manuel Fraga Iribarne, fue ministro de la dictadura franquista y no es que se comportara precisamente como una hermanita de la caridad. Recordaré algunos célebres hitos de su actuación como ministro. En 1969 la policía detuvo al estudiante de 21 años Enrique Ruano. Lo torturaron tan salvajemente que parece que se les fue de las manos y entonces lo arrojaron desde un séptimo piso. Para intentar fingir que había sido un suicidio, llegaron a manipular la autopsia hasta quitarle un trozo de clavícula donde estaba incrustada una bala con la que le habían rematado. El ministro Fraga, el posterior presidente de honor del PP, fue el encargado de manipular a la opinión pública para que la hipótesis del suicidio saliera adelante. Fraga dio instrucciones para que se manipulara unos de los diarios de Enrique Ruano en los que tenía que aparecer con ciertas tendencias suicidas. Como la opinión pública no se tragó el cuento, hubo protestas masivas y encendidas y entonces, el futuro presidente de honor del Partido Popular llamó personalmente al padre de Enrique Ruano diciéndole que o paraban las protestas o la hermana de Enrique Ruano correría la misma suerte.
La intervención de don Manuel Fraga Iribarne, futuro presidente de honor del PP, también fue muy ilustrativa en el caso del fusilado Julián Grimau, uno de los fusilados más famosos del franquismo. Este dirigente comunista había sido detenido y también había sido torturado y, por cierto, también le habían tirado por la ventana intentando aparentar que había sido un suicidio, lo que pasa es que sobrevivió. Grimau era un famoso dirigente del Partido Comunista que había tenido una enorme relevancia durante la guerra civil y la campaña internacional que se desató para pedir el indulto fue impresionante, intervino incluso el Vaticano pidiendo a Franco que le perdonara. Fraga, como ministro declaró que ese “caballerete”, dijo, estaba en las dependencias policiales recibiendo un trato exquisito: le habían tirado por la ventana después de torturarle brutalmente. Poco después le fusilaron y este fusilamiento lleva el sello del Consejo de ministros en el cual estaba también Fraga Iribarne.
También en 1969, Fraga en tanto como ministro de Información y Turismo fue el encargado de sacar adelante la campaña de propaganda más colosal del franquismo, la campaña de los 25 años de paz.
En resumen, Fraga, que había comenzado como falangista, ostentó cargos franquistas ya desde 1951 ininterrumpidamente hasta la muerte de Franco. Y en 1971, todavía no disimulaba sus simpatías por el nazismo, llegó a firmar una carta de apoyo pidiendo la liberación de Rudolf Hess, el número dos de Hitler. Una vez muerto Franco, en 1975, fue nombrado ministro de Gobernación por el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, ese sanguinario carnicero que antiguamente durante la guerra civil había perpetrado la famosa espantá de Málaga en la que había bombardeado a la población civil. Si, ese que salió por la televisión diciendo eso de “españoles, Franco ha muerto”. Fraga Iribarne, como ministro de Gobernación reprimió con toda dureza las manifestaciones del 1 de Mayo de 1976, las primeras sin Franco. Fue cuando pronunció su más famosa frase: “La calle es mía”, algo que por lo visto siguen pensando algunos de sus seguidores. Ordenó a la policía disparar contra la población civil en las manifestaciones de los sucesos de Vitoria en las que murieron cinco obreros, en Montejurra murieron dos.
Durante la transición, Fraga fundó Alianza Popular con otros siete ex ministros o altos cargos franquistas, es verdad que no quedó muy bien durante las elecciones, pero de alguna forma la refundación de Alianza Popular fue el actual Partido Popular.
Fraga nunca se arrepintió durante su papel protagonista durante el franquismo, nunca pidió perdón a las víctimas. Tampoco el PP ha condenado el franquismo, ha condenado la dictadura, ni ha hecho autocrítica alguna. Más bien, los dirigentes del PP se han mostrado sarcásticos, burlones con respecto a aquellos que todavía siguen buscando a sus desaparecidos, a los desaparecidos del franquismo como dijo Pablo Casado esos carcas que siempre andan por ahí removiendo los huesos del pasado.
Pero los votantes del PP siguen convencidos de que el peligro es que ETA sigue existiendo y ahora se llama Bildu. La posibilidad de gobernar con orgullosos franquistas de ultraderecha, en cambio, no les parece cosa grave. El renacimiento del franquismo del interior de la población española, no les parece cosa grave.
Pienso que para resolver el enigma de por qué la gente vota al PP habría que remitirse la tesis sobre la banalidad del mal que planteó Hannah Arendt a propósito de la Alemania nazi de 1933. Si, es un tema ya clásico desde el punto de vista filosófico. En un artículo ciertamente impresionante que escribió Arendt que se llama Responsabilidad moral durante una dictadura, se preguntaba con cierta angustia por qué tantos colegas, amigos suyos se habían sumado al carro del nazismo, por qué tantos grandes filósofos incluso tremendamente inteligentes habían abrazado una doctrina tosca, biologicista, ramplona y sin duda alguna criminal. Estaban deslumbrados por el éxito de los nazis, comienza diciendo Hannah Arendt. Se subieron al carro de los vencedores, de los que pensaban que iban a ganar y quizás por eso ganaron. Pero según Hanna Arendt fueron sobre todo la mediocridad, el negacionismo, los que provocaron lo que ella misma llamó el colapso moral de la Alemania de los años 30. Es como si todo el mundo hubiera sabido y no sabido al mismo tiempo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sabían que estaban dictando leyes absurdas y genocidas contra los judíos, sabían que estaban deteniendo a sus vecinos judíos, sabían que había trenes que se iban y no volvían y, sin embargo, todo el mundo hacía como que no lo sabía. Era puro y simple negacionismo, pero era también, nos dice Hanna Arendt, mediocridad, falta de reflexión, una negativa a pensar lo que estaba sucediendo. Como sabéis, su obra más famosa al respecto se llama “Eichmann en Jesrusalén, ensayo sobre la banalidad del mal”. Hanna Arendt asistió al juicio que se celebró en Jerusalén contra Eichmann, uno de los directores de la Solución final, uno de los directores de los campos de concentración o de exterminio. Y lo que más le sorprendió fue que Eichmann no era precisamente un genio del mal, una especie de sádico disfrazado de nazi. No, era una persona absolutamente mediocre, absolutamente banal, una persona que había estado exterminando judíos como podía haber estado perfectamente empaquetando tomates.
Fue una verdadera ola de mediocridad la que impidió a la población alemana sentirse responsable. Y cuando quisieron darse cuenta, habían sido exterminados seis millones de judíos delante de sus narices. Pero ni siquiera Eischmann, el director de este genocidio, se sentía responsable. Durante el juicio perdió los estribos tan solo una vez, una vez en que unos testigos le acusaron directamente de haberle visto estrangular a un niño judío con sus propias manos, entonces perdió la calma y empezó a gritar desesperado: “yo nunca he matado a nadie, yo nunca he matado a nadie”. Sin embargo, era él quien ordenaba poner en marcha las cámaras de gas, los hornos crematorios todos los días. Pero él no tenía conciencia de haber matado a nadie, siempre se consideró algo así como una pieza insignificante de una inmensa maquinaria, en la cual él se limitaba, dijo, a obedecer órdenes. Él se había limitado, dijo, a cumplir con su deber. Durante el juicio llega a decir incluso que lo que había hecho era obedecer al imperativo categórico, el que te dice que hagas lo que consideras que es tu deber, aunque como es sabido los nazis no dejaron un rastro legal de órdenes y decretos exigiendo el exterminio de los judíos. Así que más bien lo que había que hacer era cumplir con lo que intuías que era tu deber según tu propia conciencia moral, hasta el punto de que Eischmann llega a reformular el imperativo categórico de esta forma: obra siempre de tal manera que si el Führer te estuviera observando, aprobaría tus actos.
Si, en nuestra serie de psicoanálisis hemos dedicado un capítulo a las noticias para Kant alertando sobre el peligro de lo que puede pasar si se confunde la voz del deber con la voz del superyó, sobre todo cuando el superyó es la conciencia moral de Hitler en tu cabeza. Son las malas noticias freudianas: la voz de la conciencia no siempre es la voz de la razón, también es la voz de la razón de un superyó obsceno y tiránico que habla en tu interior.
Es algo que sin duda podemos experimentar por nosotros mismos, pero es algo que también se repite muy a menudo históricamente. No siempre somos conscientes de lo que estamos haciendo y de lo que estamos provocando cuando atendemos a las voces de nuestro ancestro interior.
Y sí, yo creo que en España, en este país que vivió 40 larguísimos años de dictadura, la voz del Caudillo, la voz de Franco sigue hablando silenciosa, reprimida, negada en el interior de la conciencia de los españoles, marcando los límites de lo que puede ser aprobado y de lo que no puede ser aprobado. Han pasado 50 años, pero haría falta un psicoanálisis colectivo muy profundo para librarnos de ello. Pensad en otro caso, uno de los maridos de Hanna Arendt precisamente Günther Anders, escribió un libro que se llama “Mas allá de los límites de la conciencia” que es una correspondencia con el piloto de Hiroshima, con el piloto que dejó caer la bomba sobre Hiroshima, apretó un botón y cinco minutos después habían muerto 200.000 personas abrasadas vivas. Günther Anders estableció una correspondencia con él porque le llamó la atención que hubiera sido encerrado en un manicomio después de haber intentado explicar a la población que lo que había hecho no tenía perdón y que no se podía vivir con esa carga sobre sus espaldas. La gran sorpresa de este piloto fue comprobar que nadie se sentía responsable a su alrededor, que nadie se sentía culpable. Y es más todo el mundo consideraba que él no había hecho nada malo, que él había hecho lo que tenía que hacer y que estuvo bien lo que hizo. El piloto acabó en un manicomio y Günther le intenta explicar en una correspondencia magnífica como él es la única persona cuerda en realidad y cómo el mundo entero es el que se ha convertido en un manicomio. Nadie se siente culpable ya por nada. El, en cambio, se había dedicado a hacer atracos a mano armada, primero para que le metieran en la cárcel y le castigaran por lo que había hecho, no por los atracos sino por la bomba de Hiroshima y segundo para recoger dinero y enviarlo a Japón, a las víctimas que él había provocado en Hiroshima. Así que consideraron que en efecto estaba como una regadera. También a él se le decía, pero tu no hiciste más que cumplir órdenes, tu no eras más que una pieza de una maquinaria, al fin y al cabo, también tu obedecías al imperativo categórico. Pues algún día todos tendremos que preguntarnos en que sentido todos somos piezas de una enorme maquinaria genocida, sobre todo teniendo un mediterráneo que hace tiempo se convirtió en una inmensa fosa común en la que todos los años mueren a millares intentado entrar en nuestra Europa fortaleza, sí estos emigrantes frente a los que el voto a Vox pretende tomar tantas precauciones.
El hecho es que, desde las elecciones pasadas, España se ha sumado a la ola reaccionaria que triunfa en Europa y no será con grandes aspavientos criminales por los que avanzaremos por esta senda que tenemos por delante.
La pulsión de muerte se abre camino entre nosotros de una forma mucho más banal, mucho más mediocre, mucho más estúpida, mucho más ciega. Nos volvemos demasiado estúpidos para dejar un espacio de juego posible a la reflexión. Cuando un partido político, como hizo Díaz Ayuso en las elecciones pasadas en Madrid, convierte una perfecta estupidez en un lema de su campaña política, estamos jugando con fuego: o ETA o yo, o ETA o la libertad, esa completa memez anega los cauces de la reflexión. Es como intentar convencer a un terraplanista de que no tiene razón. Pero la historia ya nos ha aleccionado bastante de lo que pasa en estos casos, las consecuencias de tanta estupidez no serán por eso más benignas: quizás lleguen a ser aterradoras.
Para ir haciéndonos a una idea de lo que se avecina basta con imaginar lo que podría haber ocurrido si la gestión de la pandemia y la gestión de la crisis económica hubiera sido gestionada por el PP y por Vox.
A mi no me cabe duda de que este gobierno en el que el PSOE ha tenido que gobernar con un contrapeso a la izquierda ha sido sin duda alguna el mejor gobierno de la historia de la democracia, quizás esto no sea decir mucho porque el listón no estaba demasiado alto, pero algo es algo, ¿qué habría ocurrido si no se hubieran nacionalizado con los Ertes los salarios de la población española, si no se hubieran potenciado las ayudas sociales. Habríamos seguido los pasos de Bolsonaro en Brasil cuya gestión de la pandemia fue prácticamente un genocidio. O como mínimo habríamos seguido los pasos de Díaz Ayuso en Madrid con su gestión de las residencias y sus recortes en la sanidad pública.
He escuchado a algunos ancianos pensionistas de esos a los que no van a votar jamás a ese partido que les ha subido un 8 por ciento las pensiones, que la culpa del deterioro de la sanidad pública la tiene el gobierno socialista y cuando se encuentran que tienen una lista de espera de un año para una mínima prueba médica, ni por un momento se les ocurre recordar que las competencias en sanidad están trasferidas a las Comunidades Autónomas y que por ejemplo en Madrid la presidenta es Díaz Ayuso, nuestra heroína del PP.
Lo que ahora se está denominando el “sanchismo” en todos los medios de comunicación, no ha sido más que un giro social impuesto al partido socialista desde la izquierda y es patente que el hundimiento de Podemos en las anteriores elecciones es una gran tentación para el partido socialista para dar un nuevo giro a la derecha.
Me parece obvio que este funesto regreso al bipartidismo solo podemos evitarlo desde la izquierda votando a Sumar. Yolanda Díaz, la artífice de la reforma laboral ya tiene suficiente experiencia en un gobierno de coalición con el Partido Socialista. Volver a repetir esta experiencia sería sin duda alguna lo mejor que le podría ocurrir a este país, pero sobre todo sería una magnífica forma de pararle los pies a los herederos del terrorismo de estado franquista.
Carlos Fernández Liria
Profesor de Filosofía en el UCM
Nota: Se trata de una opinión del autor publicada originariamente en YouTube, transcrita en DCLM por su interés.
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