DCLM.ES · OPINIONES · Francisco R. Breijo-Márquez
Jamás te conocí en persona. Hasta los quince, no sabía ni quién eras, ni qué hacías por esta tierra de Dios.
Sí. Fue sobre los catorce o quince años. En Galicia, en A Coruña, en San Antonio de la Barqueira, en Cerdido.
Mi prima Gelis – a quien no conocía de antes – y yo hicimos muy buenas migas. Era unos cinco o seis años mayor que yo.
Yo estaba en la etapa filosófica y rebelde que todos hemos tenido de alguna u otra manera. Hablábamos todos los días dando paseos largos y tranquilos por toda vía pedregosa, abrazada por los verdes más verdaderos que jamás veré en ningún otro sitio, ni siquiera los verdes de Irlanda.
Hablábamos cogidos de la mano (yo era como su hermano pequeño, supongo), de filosofía, de moral, de lo humano y de lo divino, en el que no creíamos .
Íbamos siempre solos, excepto cuando mi primita, María José Breijo, no se venía con nosotros abrazada constantemente a mi pierna izquierda, o derecha. Le daba igual siempre que estuviese con su primo extranjero de esas tierras. Me adoraba. Y yo a ella, ¡tan pequeña, tan preciosa!
En uno de sus espontáneos arrebatos, papá, nos dijo —al chofer y a mí— que nos preparásemos porque mañana, tempranito, volvíamos al pueblo. Él era así. No había Dios que le contradijese y consiguiese su cambio de criterio si él ya lo había decidido.
Claro que, tuvo su pequeño castigo: después de la típica mariscada familiar en Cedeira, el viaje de vuelta fue de parada cada cincuenta kilómetros (o menos) a que papá pudiera evacuar sus dañados intestinos percebeiros. Y yo potando atrás, del aire contaminado por los doce puros Farias que acostumbraba a fumar con las ventanas subidas.
Esa tarde, con llovizna (en Galicia, «la lluvia es arte, y el sol poesía»), Gelis y yo aprovechamos el tiempo que faltaba con nuestro paseo diario.
Yo creo que, estaba algo enamorado de Gelis. No lo sé. Lo que sé de muy buena tinta, es que la admiraba y la admiro de una manera tremenda.
Como gran sorpresa para mí, me regaló un libro, dedicado por ella y que conservo en lugar privilegiado de mi siempre corta biblioteca.
El libro se titulaba «Nada y así sea». La autora, una tal Oriana Fallaci.
Ni me sonaba. Y eso que un servidor ya bebía los placeres de la lectura, aunque no fuesen los que me imponía leer la profesora de literatura, María Ángeles, que era feísima y que también me enamoré de ella (me da la impresión de que, en aquellos tiempos, debía de ser demasiado enamoradizo). Esta profesora era fanática de Pablo Neruda.
Nada más llegar al pueblo – 12 horas de reloj, en coche. Ponferrada parecía el pueblo más lejano en el que había estado, claro que las carreteras no eran como ahora; bueno, digo yo, porque desde ese viaje, no he vuelto a Galicia nunca más en coche: Compostela, alquiler de coche, y a recorrer paisaje y visitar familia, que era larga… pero larga (tener papá David diecinueve hermanos, es lo que tiene) …; nada más llegar al mi pueblo, me puse a leer el libro. No pude parar su lectura.
Creo que no tardé no ni tres días en leerme las cuatrocientas y pico de páginas. Me lo releí. Me lo volví a releer. ¡Qué gozada!
Como una liturgia, releo el libro de Gelis todos los veranos después de leer «Sin noticias de Gurb» de Eduardo Mendoza. (a pesar del puñetero Streaming).
A raíz de la lectura, fue el primer disgusto gordo con papá, porque lo que yo quería en la vida era ir a Vietnam. A ayudar en lo que buenamente pudiera. Y eso era poco seguro.
Amé Vietnam. Al Vietcong (los Charlie, que siempre llevaban un cuadernillo escondido para escribir poesías)
Y amé eternamente a Oriana Fallaci, quien para colmo, nació un veintinueve de junio de 1929 – Cáncer - en la ciudad que más amo del mi mundo conocido – que es amplio -: Florencia. Dónde me gustaría partir a los caprichos del Arno.
Como pueden imaginar, me leí toda la obra de Oriana hasta esos tiempos.
Y hasta los póstumos «Un sombrero lleno de cerezas».
Después, hasta su muerte, por un cáncer de pulmón tabáquico, o eso dicen, sí que compré y leí absolutamente toda su obra. Visité todos los sitios de Florencia donde esa mujer hubiera podido tomar un café o tres cubatas.
Bien. Pues la otra noche, oyendo mis podcats favoritos para dormir – siempre duermo con radios, si es que quiero dormir plácidamente- puse “ Documentos de RNE”, y un podcats que titularon “ El periodismo combativo de Oriana Fallaci”. Y, claro, me puse de los nervios.
La catalogan, físicamente, de una pequeña mujer. No llegaba a los 150 centímetros ni a cuarenta kilogramos de peso. O sea, una pequeñaja, que seguro no me hubiese movido a darme la vuelta si la viera por la calle.
Pero con unas agallas que muchos de sus colegas quisieran. La catalogan de altiva y arrogante para sus compañeros. Y no dicen nada de que era, sencillamente la mejor corresponsal de guerra de todos sus compañeros. Y, ya saben que la envidia es el pecado capital de todo humano, no sólo de España.
En «Nada y así sea » describe de forma poética, toda una guerra de Vietnam – primer fracaso de combate de los estadounidense -.
En «Entrevista con la Historia », Arafat (escribe que tenía una halitosis que tiraba para atrás), o Kissinger – entre otros muchos – pensarían lo bueno que habría sido no concederle la entrevista.
¡Pero era Oriana; Y no conceder una entrevista a Oriana era, poco menos, ¡que síntoma de cobardía! Nguyen Van Thieu, (general presidente de Vietnam del Sur) salió escaldado: el tío pedía al lacayo, un whisky cada dos por tres; y preguntaba a Oriana si ella quería algo: Un té por favor, decía ella. Y solo traían whisky – se zampo más de cinco el hombre – mientras que Oriana no tomó ni agua. El tiparraco sin reprender al lacayo por el feo a Oriana.
En el mismo libro cuenta los disparos que recibió en la protesta estudiantil de la “Plaza de las tres culturas”, del Mexico de Diaz Ordaz.
Lo dicho, Oriana Fallaci me marcó. Me dejó estupefacto. Y estaré eternamente enamorado de ella – vean su cara en las contraportadas, y ya me dirán - por muy pequeñaja y canija que pudiera ser (ya dije que no llegué a conocerla).
Su último libro lo tituló «Un hombre», enteramente dedicado a Alekos Panagoulis, héroe de la resistencia contra la dictadura de “Los Coroneles”,de Grecia.
Con quien tuvo una larga y tortuosa relación amor-odio hasta que “Los Coroneles” se lo cepillaron en un supuesto accidente de coche.
El tío le pegaba de hostias a Oriana un día sí y el otro tal vez no. Tuvo un embarazo del tal Alekos y tuvo que abortar (o quizá abortó por las palizas que le arreaba el griego).
Oriana escribió un libro sobre el tema «Carta a un niño que no llegó a nacer».
Era una especie de defensora feroz de los derechos de la mujer, y detestaba y ninguneaba a las que se denominaban “feministas”. No, no era ninguna paradoja... ¡Piénsenlo!
Oriana Fallaci no se perdía una guerra, le resultaban adictivas - ¡qué manía con llamarle “conflicto” para intentar suavizarlo un poco! -: Vietnam; Líbano; Irak, Irán, Israel…
Su último libro estando viva fue «Un Hombre » - ya citado.
Su libro póstumo fue «Un sombrero lleno de cerezas», una especie de autobiografía, más que unas Memorias.
En un sentido, en el otro y en el del remanguillé, siempre estaré enamorado de esa mujer que no necesita priorismos ni gentilicios.
Solamente Oriana Fallaci.
Mi verdadero amor eternamente amado, amando amarla siempre (parafraseando al Sabina).
P.S.- Tenía que escribir sobre esa mujer. Mi amantísima heroína. Hecho!
Guste a quién guste.
Francisco R Breijo-Márquez
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