La dieta del cucurucho

Por Kimi

21.01.2022

Es probable que existan más tipos de dietas que gordos transitan por el mundo. Mi novia no está gorda, aunque a veces la llame cariñosamente “mi rotondita” y luego me lance a sus labios para evitar sus puñetazos y sus pellizcos. Desde que nos conocemos se ha apuntado a multitud de dietas que siempre empiezan por dos episodios. El primero es premonitorio: va comentando durante aproximadamente un par de meses, “esta es la última cena en la que como esto…, esta es la última magdalena, el último roscón... La decisión recurrente se adopta por fin en estas fechas, pasada la segunda quincena de enero: se acabó. El segundo episodio es que, tras acudir a una nutricionista o apuntarse a la dieta que le aconseja una amiga, llena la casa de comida: la nevera, los congeladores, las cuencos de fruta y de verdura, vete al super a comprar cinco kilos de pollo.

Que yo recuerde y por orden alfabético, tenemos la Dieta Anabólica y la del Australupithecus, rica en semillas, tubérculos, cortezas y frutos. Hay dietas orgásmicas como la del Cucurucho y dietas antiorgásmicas como la del Chocolate. Entre las primeras, igual que les sucederá a otros hedonistas, siento cierta predilección por la Dieta del Cucurucho que consiste en ingerir comida moderada y quemar mucha energía sexual. Mucho sexo y bocadillos.

Por lo demás, existen variadas dietas trampa aunque la que considero una estafa total es la del Chocolate ya que además de chocolate incorpora acelgas, berros, brócoli, cebolla, espinacas, coliflor, berenjena, apio… es decir todo lo que suelen odiar los amantes del sexo y del chocolate. La Dieta Keto tiene un nombre bonito igual que la Flexitariana que recomienda consumir un 80 por ciento de vegetales y el resto de productos de origen animal. También me gusta como invento la Dieta del Hombre Lobo que propone hábitos alimenticios según las fases lunares con ayunos de 26 horas cada vez que cambia el calendario lunar. Más o menos lunáticas están la dieta del pepino, la Weight Watchers, la South Beach de las actrices americanas, la del Mayor Perdedor, la Asiática, la Volumétrica, la Cetogénica, la Anabólica, la Paleo, la Proteíca, las hiper y las hipocalíricas. 

Otra de mis favoritas es la Dieta Worms porque me recuerda a una divertida frase: “Tan pronto caiga la moneda a la cajuela, el alma del difunto al cielo vuela”. Se atribuye al fraile y predicador alemán Johann Tetzel, un traficante de indulgencias que trabajaba en nombre de la Iglesia Católica. Estamos en el siglo XV. Aunque no se si han cambiado esencialmente las cosas, cuando un católico cometía un pecado mortal de esos que llevan de cabeza al infierno, tenía la opción de confesarse, cumplir la penitencia y entonces su gran pecado se convertía en pecado venial con lo cual el ascensor de su viaje no paraba ya en el averno sino en el purgatorio. Para hacer un poco de negocio y aliviar aún más el destino del pecador se inventaron las indulgencias: si se pagaba una cantidad de dinero, se reducía el periodo de purificación en el purgatorio y la indulgencia era parcial o total en función de la suma entregada. Si el pecador era generoso, su alma e incluso las de los familiares del donante se iban directamente al cielo. Es decir, en la tierra se compraba con dinero la salvación eterna del más allá, algo que obviamente no podía comprobarse, oiga que usted me prometió tal cosa y ardo en deseos de volver a la tierra con un garrote.

Pero, siempre hay listos con recursos. Cuentan que un día, un noble le preguntó a Tetzel si era posible pagar por adelantado por un pecado futuro y el monje le dijo que si. El noble le pagó la suma acordada, le propinó una paliza con un garrote al fraile, le robó el dinero y le dijo: ese era el pecado del que usted ya me había perdonado.

En realidad, Tetzel era un traficante de almas por encargo: tenía sus jefes. La idea partió del Papa León X, en parte para financiar las obras de remodelación de la Basílica de San Pedro. Hasta entonces solo determinados pecados podían redimirse por dinero y, además, era necesario arrepentirse, vaya pereza. El Papa habló con el banquero Jacobo Fugger, alias “el rico” para que organizara una trama de comercio de indulgencias ya que era experto en negocios como subvencionar guerras y elecciones diversas que situaban a sus amigos en diferentes tronos preminentes.

Jacobo, el banquero, contrató a Tetzel quien era recibido en las ciudades con algarabía pues se habían corrido las voces de que el predicador era garantía de salvación. La mitad del dinero que obtenía Johhan Tetzel se dedicaba a la Basílica y la otra se repartía entre intermediarios y el arzobispo Alberto de Brandeburgo que le debía mucho dinero a Jacobo ya que su banca había financiado a crédito su desembarco en el obispado de Maguncia. El negocio del perdón de los pecados alcanzó su máximo apogeo en contra de la doctrina del viejo cristianismo que consideraba simonía la compra o venta de lo espiritual, de cargos eclesiásticos, de reliquias o de excomuniones por medio de bienes materiales. Durante los pregones de Tetzel en los que vendía la salvación como otros venden crecepelo, siempre andaba por allí algún enviado de la banca Fugger, la de Jacobo “el rico” para comprobar que el reparto posterior a la venta de salvaciones era conveniente y equitativo.

Este negocio no le pareció bien a Lutero, un profesor alemán de Teología que escribió 95 tesis contra el tráfico de indulgencias y fue llamado para que se explicara y se retractara en la Dieta de Worms en 1521. Presidía el emperador Carlos V. Allí habló Lutero que había sido excomulgado unos días antes, pero en vez de arrepentirse, defendió sus 95 razones con vehemencia y otra bonita frase: “Mi conciencia -dijo- es prisionera de la Palabra de Diós”. Al no retractarse, Lutero fue catalogado como delincuente. Se prohibió tener y leer sus escritos. El reformista se salvó por los pelos ya que le habían garantizado su regreso pero el edicto de Worms determinó que fuera arrestado y condenado. El príncipe Federico el Sabio le salvó la vida: simulando un secuestro, lo escondió en el castillo de Wartburg donde el demonio en persona se apareció a Lutero y este le lanzó el tintero para manchar a Satanás con la misma tinta de la pluma que escribía la traducción del Nuevo Testamento al alemán. 

Martin Lutero tuvo más suerte que el teólogo y filósofo checo Juan Huss, quien había criticado la corrupción moral de la Iglesia, los abusos que cometía y la riqueza que acumulaba. Como sus seguidores, los husitas iban creciendo en número, Huss, rector de la Universidad de Praga, fue llamado en 1414 al Concilio de Costanza con la palabra del emperador Segismundo quien le había prometido un salvoconducto para regresar sano y salvo tras explicar sus ideas. Huss fue encarcelado, condenado por herejía y el propio emperador le condenó a morir en la hoguera, cosa que sucedió ese mismo día, 6 de julio de 1415, en presencia del emperador Segismundo. Junto a Huss se quemaron también sus escritos y sus cenizas se esparcieron por el Rin. Las últimas palabras de Juan Huss fueron: “Oh, santa sencillez”.

A eso vamos porque eso precisamente es lo que le digo yo a mi novia sobre nuestras dietas: “Oh, santa sencillez”, come un poco menos de la energía que consumes y, en caso de no poder ir al gimnasio, la dieta del cucurucho parece la más conveniente en tiempos de pandemia.

Kimi