El misterio de la china a la que hice mi esposa

Por Lago

26.02.2023

Había llegado al estado Z cuando recibí una llamada en el móvil. Era mi tía Enriqueta, para decirme que le había surgido un problema con la Thermomix y que entonces, como no tenía comida, había pensado que la invitara a comer un menú del día en La Cavatina. Quedamos a las dos, pero no se presentó. La llamé un par de veces por el móvil y a la tercera me dijo que al final se había hecho una receta sencilla en la Thermomix y se le había olvidado que había quedado conmigo. Me senté solo en una mesa de dos personas. El local estaba lleno porque ese día había cocido. Acababa de pedir cuando llegó una mujer joven, una china llena a abalorios, collares, pulseras y sortijas, me dijo si no me importaba compartir mesa, no desde luego, no me importa, puedes sentarte. Hablaba bastante bien nuestro idioma y pensé que era de las chinas que han nacido en España. Me miró varias veces como si analizara mis rasgos y mi comportamiento. A ver de qué palo va esta. Al principio se mantuvo callada, aunque un par de veces me regaló una dulce sonrisa, tal vez algo forzada o ensayada, no sabía bien que pensar, llevaba un moño alto y cuando observé con detenimiento su pelo negro empezó a parecerme muy atractiva. Entonces me preguntó qué pensaba y le dije la verdad, que había visto su dulce sonrisa y que no sabía bien si era una sonrisa natural o un gesto ensayado durante generaciones. Me miró y me dijo: “cierto”. Estaba algo desconcertado, me explicó que podía “leer” la mente de otras personas e incluso manipularla para que actuarán a su antojo. Le pregunté cómo lo hacía y me propuso un experimento: desarrolla una idea cualquiera, por ejemplo, que vas al supermercado y compras un champú a las finas hierbas. Pensé que iba a jugar al tenis con Alberto y que le metía dos seiscero. ¿Ya está? Ya está. No creo que Alberto esté muy contento ahora, dijo. Joder: ¿cómo lo haces? Es un secreto de los chinos, solo puedo contártelo si te casas conmigo y recuerda que sé lo que piensas. No tenía pensado decidir hoy que iba a casarme con una mujer desconocida y china, pero me asedia la curiosidad y me gusta tu moño: ¿te quieres casar conmigo…? Esto… ¿cómo te llamas? Me llamo Shui, ese, hache, u, i latina, que significa agua. Te he elegido porque tu eres Huǒ, hache, u, o, o sea que tu eres fuego. No entiendo, respondí, el fuego y el agua se aniquilan. ¡No!, exclamó, todo lo contrario, se complementan, cierran el círculo del Tao y son creadores de Tierra, el volcán y el mar, la vida. Vale, pues de acuerdo, nos casamos ahora mismo, pero esta noche en la cama, después de hacer los honores me cuentas tu misterio.

Así lo hicimos. Después de un amor agua-fuego apasionado, me dijo que todo era un juego, que los chinos habían conseguido llevar a sus mentes los algoritmos del TikTok y que al acercarse a mi mesa había conectado su móvil con el mío por Airdrop, muy sencillo, si quieres lo probamos contigo. Vale. Me miró fijamente a los ojos y al poco rato mi cuerpo empezó a vibrar. Ya estás en el sistema, conecta con mi móvil y dime qué pienso. Cerré los ojos: realmente me he enamorado de ti nada más verte, todo lo demás es un cuento chino, te quiero mucho, te querré hasta el final de los tiempos y después, te querré, Shui.

Lago