El día que llegaron a la Tierra los ángeles inmigrantes del Apocalipsis

Por kimi

07.11.2024

Las cosas se fueron complicando, algunos mandatarios negacionistas querían ganar las elecciones y sus jefes de gabinete les aconsejaron que subieron un pelín el tono de sus declaraciones contra los otros mandatarios que también querían ganar las elecciones y hacerse con el botín y con el cotarro. Se pusieron todos muy burros y muy machos. Unos dijeron: “ahora te vas a enterar tú, cacho cabrón”; los otros les hicieron una peineta y aludieron a la defensa de los intereses de sus respectivas naciones.

Uno le dijo a su jefe del ejército: “prepara ya las nucleares que se van a enterar”. El otro dijo si tu preparas las tuyas yo ya tengo listas las mías, hijo de puta y tal. 

Mientras, medio mundo estaba sin agua potable porque ya no caía lluvia como antiguamente, poco a poco, en sus fechas y en sus estaciones. No llovía pausadamente, sino que llegaban del viejo cielo protector mantas, pantanos y, en unos minutos, se llenaban de agua las ciudades y los pueblos, los coches flotaban, los puentes se hundían: el mar estaba en llamas.

Los negacionistas decían que eso era normal, que siempre había pasado y se negaban, claro, a tomar medidas como cuidar un pelín más la casa donde todos vivimos, como hacer caso a los científicos y no enfadar tanto con nuestros excesos a la Madre Tierra.

Pero, a lo que íbamos, empezó una guerra local que se fue extendiendo y aquel energúmeno decidió activar una bomba nuclear, a la que fue respondido por el otro, que hizo lo mismo. Pronto subieron las acciones de las empresas fabricantes.

Pudimos verlo por la televisión hasta que se marchó definitivamente la luz y nos quedamos sin velas y sin tejados. Veíamos pasar los aviones sin necesidad de salir a la calle que también estaba llena de saqueadores y de ladrones. A un primo mío que estaba metido en un negocio de drogas y al que debían veinte mil euros se lo cargaron y adiós deuda en unos segundos. Así se arreglaba todo, ajustes de cuentas, saqueos, Sodoma y Gomorra.

El mundo llegaba a su fin y los políticos seguían a lo suyo, echando la culpa al otro aunque la tuvieran ellos o ya no la tuviera nadie en concreto sino el ser humano en general, al que un día habían regalado los jardines el paraíso. Santi Abascal apareció en medio de la catástrofe mundial con su barba bien aseada, reclamando “ya” la dimisión de Sánchez que según dijo, “tiene la desfachatez de estar tocando la trompetita mientras la nación se desmorona”.

Pero no era Sánchez, eran los siete ángeles de las siete trompetas del Apocalipsis a los que Santi reclamó una radiografía de la cadera con el fin de asegurarse de que se trataba de inmigrantes con la edad reglamentaria para solicitar los papeles o, de otra manera, devolverlos a la cúpula celeste y, de paso, levantar un muro para evitar que entraran en patera celeste ángeles, arcángeles y entidades que, según estaba escrito, no venían a ocuparnos sino, simplemente, a anunciar el fin de los tiempos.

A partir de ese momento, ya no hubo nadie ni nada, nadie a quien echar la culpa, nada para apropiarse de nada, ni medios de comunicación para contar sus versiones del apocalipsis.

Kimi