Irene y las lascas

- Ahora dice que le encantaría tener el coronavirus…

- ¿Quién lo dice?

- Pues quien lo va a decir, la Irene.

- Claro, como ella tiene remedio para todo…

- ¿Qué remedio?

- Las lascas esas que le dejó su abuelo.

- ¡Ah!, esa historia de las lascas ¿Y que es eso? ¿Tu las has visto?

- Yo no, ni creo que nadie. Parece que son dos piedras curativas que ya utilizaba su abuelo el que estuvo encarcelado…

- Pero eso fue en la guerra hija, que lo dices como si fuera un delincuente.

- Decían que era un ateo y el mismo cura fue el que lo denunció.

- También dicen ahora que algo tuvo que ver el médico por lo de las lascas…

- ¿Tu te confesabas mucho de joven con don Eusebio?

- Es verdad, pues claro, era el único que me comprendía.

- ¿Te comprendía?

- Bueno, me preguntaba si mi novio me tocaba y decía: “te toca aquí”. Ahí no, respondía yo. ¿Y aquí? Aquí tampoco, el pobre Marcelo que era más tonto que una mosca…

- Ya, y quien te tocaba era el cura.

- ¡Pues claro!

- ¿Y a ti te gustaba?

- Hombre, una es humana, hija y en esos tiempos no había los consoladores.

- Lo que hay que oír a estas alturas: ¿Ahora ya no te confiesas no?

- Ahora no porque ya tengo otras alternativas y don Justito prefiere confesar a los chicos para que nadie hable…

- Pues hablan…

- Ya.

- ¿Y cómo se usan las lascas de la Irene?

- Dicen que las frota, se las pone sobre una mano y luego pone la mano en la parte enferma del enfermo…

- Pues ya está mayor y su remedio se va a perder si la diña…

- Ya.

- ¿Quieres que vayamos a verla a ver si nos ganamos su confianza?

- Yo la llamé guarra hace poco

- Joder, tía.

Bretón