Gruesas venas grises

El asfalto está levantado por las raíces de los árboles. Éstas no sobresalen del suelo pero casi. Parecen gruesas venas grises en medio de la vegetación y de lo urbano. Pasas andando sobre ellas, y te da la impresión de que escalas el terreno que pisas. Son como pequeñas montañas, dunas o similares, que subes o trepas conforme paseas sobre ellas. Todo el espacio del que escribo es parecido. Entre medias hay casas que están circunvaladas por estos gordos trozos de tierra gris más que apelmazada con el paso de los años. Y ocurre que, a veces, ves que en espacios rotos de su superficie hay vida vegetal y de insectos. Si te pones a algunos centímetros a ras del alquitrán que hay justo al lado de esta especie de sombreros-hongo, es fácil hacerse una idea de lo que describo aquí. Todo ello en unos cuantos kilómetros a la redonda.

Son más que baches artificiales de una zona bien concreta. Si te tumbaras, enfrente de ellos, verías algo así como una sucesión interminable de pequeñas sierras, que se van levantando una tras otra. Lo puedes comprobar en tus propios pies, y en tus ojos, que han de ir oteando bien el camino, no vaya a ser que tropieces y caigas. Y si este trayecto lo haces en coche o en cualquier otro medio, los saltos que puedes dar son llamativos, de no ir despacio, aparte del daño que le ocasionen al vehículo en el que te desplaces. Pero lo más curioso de todo, es hacer este camino de noche y, por tanto, con luces encendidas. Aquí la cosa es total: entonces, el terreno levantado por las raíces de los árboles parece más alto que nunca. Puedes llegar a pensar, con alguna imaginación, en lava solidificada en los frunces, arrugas o repliegues que tratas de sortear. Algo que, ciertamente, se consigue a duras penas en esa especie de desierto de en absoluto arenosas dunas. Nada más lejos que eso: son como agudas costuras que precisan ser lijadas con atención. Pero, al mismo tiempo, si se quiere, pueden fomentar alguna ficción. Tal vez ésta.

Nicasio Sanchís