Metástasis

La diversidad del tiempo se rompía cuando el grupo era conducido a tirarse a Betsy, la muerta; una milagrosa muchacha de unos 20 años que llevaba cuatro en coma y que, sin saberlo, hacia que nuestras vidas, al menos la mía, tuviera algún significado.

Los jueves, después de la hora de estudio, todos en fila india éramos conducidos hasta el pequeño cuarto en el que Betsy soñaba. Entrábamos de uno en uno, con un tiempo máximo de 10 minutos.

Una serie de estrictas reglas eran supervisadas en el interior de la estancia por la señora Inés Duarte, la «sin lengua», por su hablar escaso y entrecortado. Sentada en una silla de anea al lado derecho de la cama, dirigía con voz autoritaria nuestros movimientos hasta que, al fin, una placentera sacudida, inundaba de espermatozoides  la vagina de la pobre Betsy.

Un quince de marzo, mientras mi compañero Ayuso estaba en plena faena, Betsy despertó; abrió los ojos y movió su cuello de izquierda a derecha, clavando después su mirada en la señora Inés Duarte.

La necesidad de Ayuso fue mayor que su sorpresa y éste, continuó al menos un minuto más con el mete-saca hasta que, por fin, un espasmo sacudió su cuerpo. Después, aún con los pantalones bajados, se quedó contemplando la escena con los ojos pintados de miedo.

-¿Ha pasado mi turno, señora Duarte?

-Sí, Betsy. Todo ha terminado.

La señora Duarte ordenó a Ayuso que saliera de la habitación y que dijera al resto del grupo que aguardaran en perfecto orden.

Dieciséis minutos después, tres golpes dados desde el interior del cuarto, me permitieron la entrada. Abrí la puerta de la estancia lentamente y aún sin mirar al frente la cerré, echando como era la costumbre, el pestillo por dentro.

Y allí estaban; Betsy y la señora Duarte, solo que ahora era la señora Duarte la que yacía inconciente en la cama y Betsy, con las piernas cruzadas gobernaba el tiempo en la silla de anea.

-¿A qué esperas, necio? ¡Te quedan nueve minutos!

-Sí, sí señora, ya voy.

Y el movimiento de vaivén empezó como si nunca hubiera pasado nada.

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